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Capitulo II: El remolino de agua salada
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Capitulo II: El remolino de agua salada

Londres Inglaterra

15 de diciembre de 1945

Tristeza; un extraño sentimiento que nace en los cimientos del alma y va subiendo hasta construir una melancolía que puede ahogarte sin necesidad de agua. El escabroso sonido de la fuerte nevada junto al silencio de mi habitación hace que la tristeza se esparciese por cada rincón de mi corazón e incluso por cada rincón de mi pequeña habitación, mis ojos con pesar recorren aquel pequeño y acogedor aposento que había visto mis lágrimas y había sido confidente de mis amarguras. Un suspiro pesado sale de mis labios mientras mis pies estancados en el suelo por fin pueden moverse para salir de aquella habitación, mis manos toman la fría perilla de la puerta para abrir con una desgarradora lentitud. Las despedidas son siempre tristes y aunque solo me despido de una casa, también me despido de tantos momentos -ya sea buenos o malos- que solo quedarían sellados en el cofre de mi memoria, además que aquella humilde casa fue el primer lugar que me había dado por lo menos una pequeña calidez de hogar en mucho tiempo; por primera vez me había sentido segura entre cuatro paredes y no quisiera perder esa sensación que hace de mi vida un poco más llevadera. Camino hacia la pequeña sala donde mi hermano está con sus pies en la pequeña mesa de café y sus ojos están fijos en el viejo televisor.

-¿Estas listo? -pregunto con sutileza para no sorprenderlo.

-No estoy seguro de que sea una buena idea Eliana. -dice mi hermano yo sonrió ante su gesto de inconformidad; es tan parecido a mí en algunas ocasiones.

-La guerra por fin ha terminado hermano, podemos volver a nuestro hogar. -digo con una sonrisa, pero él no parecía emocionado por ello.

-¿Varsovia? Es obvio que no has visto las noticias ¿Cierto? -pregunta. Yo niego con la cabeza.

-La verdad es que no. -contesto con sinceridad, mi trabajo demanda tiempo y el poco libre que me queda lo ocupo para estar con él o hacer algunos arreglos a la casa.

-Varsovia fue casi destruida, fue la ciudad más afectada en la guerra. -dice él y mis lágrimas se acumulan en mis ojos, más sin embargo no me permito derramar ninguna sola; es doloroso oírlo hablar de esa forma; él es un niño que debería de hablar de cosas como la escuela, sus amigos, los juguetes que desea en navidad, en cambio habla de guerra y no es el único niño que lo hace; esta devastación nos ha tocado hasta los cimientos a todos sin excepción.

-Aun así, debemos irnos Jorge, tarde o temprano todos debemos regresar a nuestros países y es mejor que sea ahora antes de que nos desplacen a la fuerza. -digo y él hace una mueca

-Ni siquiera recuerdo el idioma. -se excusa.

-Eso es mentira ¡Hablamos todo el tiempo el idioma! -digo de brazos cruzados con una sonrisa y él ríe.

-Tienes razón querida hermana ¡Lo he olvidado! dice sonriente y le doy un golpe cariñoso en el brazo.

-Anímate hermano ¡Prometo que será la mejor navidad de todas! -digo con una sonrisa y él sonríe también ante aquella promesa; al final y al cabo lo único que todos buscan después de esta guerra es una navidad tranquila.

-¿Tienes algo en mente? -pregunta con ilusión, quiero decirle que sí; tengo una noticia importante que darle, pero no lo diría hoy, él no sabe el verdadero motivo del viaje, una sonrisa se acomoda en mis labios.

-Si hermano algo muy especial, pero debes esperar a navidad. -digo y el hace un dulce puchero.

-¿Me das una pista? -dice y niego con la cabeza, él me mira suplicante y hago un esfuerzo inhumano por mantener mi boca cerrada, para no dejar escapar una sola palabra de la sorpresa, por suerte el sonido de un auto sonar el claxon me salva de la mirada de Jorge; el taxi había venido por nosotros.

-Date prisa Jorge ¡El taxi ya está aquí ¡-digo tomando mi maleta, mi hermano se levanta de su asiento con rapidez y toma la suya mientras salimos de la casa, el hombre se acerca rápidamente para ayudarme con mi valija y seguida con la de mi hermano.

Ambos subimos al taxi, le doy un vistazo a nuestra casa, una sensación extraña aborta mi pecho, pero no es la misma que había sentido cuando salí de mi casa en Varsovia, sino una desbordante sensación de que todo mejoraría, tal vez regresar a Polonia sería algo bueno para nosotros, tal vez la vida nos iba a sonreír al fin.
El camino en taxi fue un poco tardado debido a la congestión de las calles a esas horas, las calles parecen más alegres, se siente el espíritu de la navidad, la guerra ha terminado después de más de cinco años, al fin todos tendríamos una navidad sin miedo de que una bomba o algún ataque enemigo apareciera, tendríamos todos una navidad en paz. Al llegar al muelle de barcos el hombre se bajó para ayudarnos a llevar nuestras maletas hacia el barco, el taxista era un hombre de unos treinta años, de sonrisa amable y ojos compasivos. Le agradecí por su amabilidad y le dejé una agradecida propina por sus servicios, mi hermano toma mi mano cuando vamos caminando por la rampa de madera que conecta el muelle con el barco. Al subir una mujer nos intercepta dándonos la bienvenida al barco, nos indica dónde están nuestras habitaciones y mi hermano toma nuestras maletas para poder dirigirnos a nuestros camarotes; eran de lujoso tapiz en las paredes, con muebles de la más fina caoba, candelabros dorados colgados del techo con detalles de cristal y bajo este una enorme cama cobijada de finas telas rojas al contraste del tapiz color vino tinto. Aquello era demasiado para los dos, pero la empresa para la que trabajaría había pagado todo. A pesar de no haber seguido mis estudios había desarrollado un gran talento en telecomunicaciones y destrezas técnicas, desde que era niña me era fácil entender cómo funcionaban las cosas e incluso las personas. Esta oportunidad se me fue ofrecida después de un incidente que pase el año pasado;

31 de octubre de 1944

Yo trabajaba de arreglar las máquinas de escribir en una empresa prestigiosa, algunas veces ayudaba con alguna computadora o cableado eléctrico en mal estado, recuerdo que desde niña tuve aquella facilidad para entender cómo funcionan las cosas, mi padre siempre que viajaba a Voivodato de Mazovia compraba para mí relojes viejos para que yo pudiese divertirme con los engranajes, todo desde aquella vez que por una travesura infantil arruine el reloj de bolsillo antiguo que mi abuelo le había obsequiado antes de morir. El ejército nazi cada vez perdía más fuerza por la asombrosa alianza de Estados Unidos y la Unión Soviética.

El día de trabajo era como todos los demás, aburrido y tedioso. Todo eso cambio cuando un sordo sonido se escucha en la sala de oficinas, para desgracia o suerte yo me había mantenido en la sala de oficinas por tres computadoras que estaban dando problemas, generalmente yo me mantenía en mi propio sótano personal el cual había convertido en oficina. El sonido provenía de una bomba que había sido lanzada quebrando los vidrios del ventanal. Los gritos no se hicieron esperar cuando el artefacto hizo un sonido extraño y en la pequeña pantalla iluminaba el conteo de cinco minutos para detonar la bomba. Todos se volvieron locos y empezaron a correr hacia la salida al mismo tiempo, más sin embargo eran cientos de personas y estábamos en el cuarto piso, una bomba de esa magnitud destruiría por lo menos dos pisos del edificio y en el poco tiempo de detonación está multitud no llegaría muy lejos. En esos momentos mi mente estaba en blanco, solo tenía certeza en una cosa; no quería que todas estas personas murieran. Corrí en lado contrario a la puerta, esquive con rapidez el mar de personas que corrían despavoridas cuan avalanchas de ganado, el hombre que me contrato se dio cuenta de mis intenciones me grito que me alejara, pero no lo hice, su grito había llamado la atención de todos los presentes quienes miraban con horror la escena. Mi mente analizó el artefacto, había investigado a escondidas acerca del mecanismo interno de las bombas, aquellos libros eran prohibidos en la biblioteca por lo cual tenía que robar algunos de los libros para luego de leerlos volverlos a su lugar. Tenía en mi mono de herramientas un destornillador el cual con rapidez utilice para sacar los tornillos y revisar el interior, el reloj avanzaba, solo me quedaban menos de dos minutos para desarmar la bomba. Con cuidado y con la ayuda de un destornillador más fino descalibro el núcleo de la bomba, afloje los tornillos internos para poder dirigirme al cableado, era muchos cables azules rojos y verdes, corte dos rojos y uno verde. El conteo de detuvo y la pantalla se apagó. Cerré mis ojos con alivio, la adrenalina había abandonado mi cuerpo de golpe y caí de rodillas al suelo respirando erráticamente; había puesto mi vida en riesgo y peor aún el futuro de mi hermano ¿Qué habría sido de él si yo hubiese muerto? Un pequeño error hubiera sido letal para todos. Los aplausos y gritos de emoción no se hicieron esperar; después de todo los había salvado

Aquel incidente me abrió las puertas y muchas oportunidades de seguir adelante, me ascendieron en mi trabajo como técnica principal, pero las cosas no se quedaron allí, aquella historia se sabía más y más hasta que un día llega a mi oficina un hombre de unos cuarenta años, tenía una mirada apacible; sus ojos mostraban una armonía desbordante, pero una fina capa de tristeza nublaba por momentos su iris celeste eléctrico; dicen que las miradas desoladas se reconocen fácilmente, jamás había creído en ello hasta que conocí a Robert Franko, tal vez por su mirada desolada yo había decidido atenderlo y escuchar su oferta, él me ofrecía un trabajo en Polonia cómo técnica, además de ello la oportunidad de retomar mis estudios, Roberto me ofreció una beca en una de las universidades más importantes del país, dijo que una mente como la mía no debía ser desperdiciada con pequeños trabajos, me prometió darme un ascenso al tener mi título ya que no podía darme el puesto de directora técnica si no tenía un título que avale mis conocimientos y mis habilidades para el puesto. Era la oportunidad de mi vida, no podía decir que no ante semejante propuesta, aunque ahora que lo pienso no estoy tan segura de sí lo que me hizo aceptar aquella propuesta no fue sino la confianza inmediata que me transmitió Roberto desde el primer momento.

Me recuesto en la comodidad de la cama, cierro mis ojos, me siento sumamente cansada y emocionada al mismo tiempo. Mis ojos pesan más, me es difícil mantenerme despierta y no lucho contra la dulce ensoñación que me envuelve, sino al contrario; me abrazo al sueño.

«•»

Mis ojos se abren con lentitud, no puedo describir cuanto tiempo he dormido, la habitación está en completa oscuridad, parpadeo varias veces para intentar quitar la ensoñación de mis ojos, me levanto con pesadez de la cama y con sumo cuidado de no tropezar con algo empiezo a caminar para encontrar la puerta, luego de un rato encuentro el pomo y lo giro, la puerta se abre y la luz del exterior se empieza a filtrar a mi habitación, veo el interruptor de la bombilla y lo enciendo. Mis ojos se dirigen al elegante reloj colgado en la pared, son las seis de la tarde, me sorprende la hora; he dormido por horas, lo cual es inusual en mi persona, me es imposible conciliar el sueño por más de dos horas, supongo que el hecho de que la guerra finalmente termino ha quitado una gran carga de mis hombros; supongo que ya no necesito estar alerta todo el tiempo. Salgo de mi camarote para ir al de mi hermano que está a la par del mío, toco la puerta dos veces y el atiende con rapidez.

-¡Al fin has despertado! Ya me preguntaba si tenía que despertarte para la cena o ibas a faltar. -dice el divertido.


-Lo siento, no es normal que yo duerma tanto. -digo apenada, pero él niega.

-Me complace saber que has dormido hermana, nunca duermes por trabajar como desquiciada. -dice el divertido y yo suelto una risa divertida.

-¡Hey renacuajo! Mejor vamos por la cena, muero de hambre. -digo con una sonrisa y el asiente.

Media hora más tarde ambos ya estamos listos para ir al restaurante por la cena, él tiene un esmoquin azul marino y yo un vestido morado -mi color favorito-. El salón es grande, está lleno de mesas con manteles blancos, encima de estos yace de la más fina colección de platos y vasos a juego. La banda toca música jazz y la voz del cantante inunda la estancia con la suave melodía que podría domar al animal más salvaje. La comida exquisita, el primer bocado me lleva al cielo. La cena es una delicia y una velada magnífica acompañada de la amena música de fondo. Todo cambia cuando una balada dolorosamente conocida para mi empieza a escucharse en toda la estancia "White Chrismas de the drifters." Un doloroso nudo se forma en mi garganta, mis ojos se cristalizan, con rapidez me excuso de la mesa y salgo a la cubierta; necesito un poco de aire fresco, tal vez el sonido de las olas y la brisa marina me sostengan un poco o puede que me quiebren un poco más. Las lágrimas salen de mis ojos al escuchar a la distancia aquella melodía que me inunda de tantos buenos momentos. Es la canción preferida de mi madre, bueno...lo era, todas las navidades compraba el mismo disco solo por esa canción, la colocaba en el tocadiscos con todo el volumen que podía y tomaba a mi padre y a mí para bailar, también era la canción de fondo en cada cena navideña. Siento una mano en mi hombro y al voltear veo el rostro triste de mi pequeño hermano quién solo me abraza mientras las lágrimas salen de sus ojos también. Ambos lloramos sin decir una palabra, más sin embargo lloramos por razones diferentes, él llora por mí, es un niño muy inteligente como para saber que no soy feliz como aparento, llora por todo lo que he sacrificado y a su corta edad se culpa por haberme estancado -como él dice-, le he dicho infinidad de veces que no debe sentirse así, pero mis palabras no logran nada, al igual que yo no puedo dejar de culparme por la muerte de mis padres.

—Verte llorar es mi debilidad Eliana. No lo hagas mas, no mereces seguir llevando el peso de algo que nunca fue tu culpa. — me dice. Yo no le miro, pero lo abrazo mas fuerte.

—Lo siento. —le digo. Odio verlo tan afectado; me prometi siempre ser fuerte y nunca mostrar mis emociones para evitar esas lagrimas, esa mirada triste y esa voz apagada en el; pero a veces simplemente es imposible.

—Somos una alianza ¿Recuerdas? Esta bien, yo siempre voy a abrazarte cuando sientas que no puedes más. — me dice. Yo me relajo ante sus palabras.

—Gracias hermanito. — le digo con una sonrisa.

Nos quedamos en silencio por un rato cuando siento una brisa muchisimo mas gelida de lo normal y unos truenos fuertes comienzan a retumbar en mis oidos. Todo pasa demasiado rápido; el barco comienza a moverse furiosamente entre las olas que arremeten contra él, un estruendo se escucha por lo ancho del cielo, el abrazo se rompe debido a la furia de los movimientos, mis ojos se dirigen al océano donde las olas están empezando a formar un remolino gigante. La lluvia nos azota con fuerza mojando nuestros ropajes. Yo no puedo procesar lo que está pasando; de un segundo a otro aquella cálida noche se había convertido en una tormenta violenta.

-No te sueltes Jorge. -grito ya que los movimientos son tan fuertes que si intentamos regresar al interior podríamos caer al agua, lo único importante en estos momentos es que Jorge se sujete fuerte, que él este a salvo. Los movimientos aumentan y el barco empieza a surcar las orillas del remolino haciendo que un gran estruendo remueva el pequeño cuerpo de mi hermano, conjunto con la fuerte lluvia repentina hace que los barandales de metal se vuelvan extremadamente lisos y Jorge no puede sostenerse con la suficiente fuerza y su cuerpo cae al océano

-¡NO! -grito fuertemente y sin pensarlo me lanzo al océano para poder atrapar a mi hermano, caigo al agua; esta fría y entumece casi al instante mis músculos, con toda la fuerza que tengo muevo mis pies para no hundirme y muevo mis manos con fuerza para llegar hacia Jorge, solo quiero abrazar a mi hermano, mi cuerpo se mueve lentamente entre las furiosas olas del remolino que se ha formado en el agua y el cuerpo de Jorge se aleja cada vez más mientras yo no soy capaz de avanzar demasiado, un grito desgarrador sale de mis labios al usar toda mi fuerza para nadar con más rapidez hacia él, Jorge me extiende su mano de manera desesperada y yo con movimientos torpes alcanzo a tomarla, jalo de su cuerpo hacia mí con el atisbo de fuerza que le queda a mi cuerpo y me aferro a él con terror, más sin embargo no hay forma de subir y aunque alguien nos estuviese ayudando desde arriba yo no tendría la suficiente fuerza de nadar de regreso, el agua nos arrastra hasta el centro del remolino, solo cierro mis ojos y abrazo con fuerza a mi hermano por última vez; no hay forma de que salgamos de esta con vida y aquella certeza sacude dolorosamente mi alma antes de caer en la inconciencia por el agua que llena mis pulmones.

Fin del capítulo

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