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Capítulo XII: Un ángel en el callejón
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Capítulo XII: Un ángel en el callejón

Bruselas, Bélgica

12 de octubre de 1940

Mis manos tiemblan, mi respiración es errática, mis ojos levemente enfocan los sucesos; los soldados nazis entran al departamento, mi hermano y yo estamos escondidos en el armario, habíamos estado viviendo con una numerosa familia judía quienes a pesar de la situación nos habían brindado apoyo a mi hermano y a mí. Tapo con rapidez los ojos a mi hermano, él llora en silencio; es apenas un niño de seis años pero sabe que si hace algún ruido podríamos morir, su cuerpo tiembla del miedo, escuchar los gritos en alemán no le ayudan a calmar los temblores, con cuidado dejo a mi hermano en el armario secreto, me acerco a la rendija de este para poder ver con claridad lo que pasa; los soldados nazis le gritan a Samael; un anciano en silla de ruedas que había perdido la vista en un accidente y además había nacido con problemas del habla, el soldado le grita que le viera a los ojos, el hombre mayor con miedo mueve su rostro, pero voltea al lado incorrecto de donde está el soldado; el hombre sin piedad le golpea el rostro quebrando su nariz mientras le grita que lo vea nuevamente, Samael voltea su rostro pero aun así no puede ver al hombre, el soldado sin piedad le dispara en la cabeza, Yoel su esposa grita aterrada al ver el cuerpo sin vida de su compañero de vida, el soldado con un rostro inexpresivo se acerca y le dispara a la mujer mayor directo en el corazón. Yo quería gritar, quería llorar fuertemente, pero no pude hacer otra cosa que no fuera quedarme callada con las lágrimas saliendo sin parar de mis ojos, la impotencia y dolor se adueñan de mi cuerpo, más cuando veo que los soldados toman a las cinco hijas de los difuntos padres y las llevan a las habitaciones, yo puedo imaginar tantos escenarios y ninguno es mejor que otro, cinco minutos después empiezo a escuchar los gritos de las amables mujeres que nos protegieron hasta el último momento. Las lágrimas salen de mis ojos, la pastilla para dormir que Yoel le había dado a mi pequeño hermano le había hecho efecto; mi hermano está completamente dormido. Una hora después se escucha el escalofriante sonido de disparos, mi hermano despierta sobresaltado, yo le abrazo fuertemente mientras mis lagrimas salen de mis ojos. Escucho las risas y conversaciones alegres de los inhumanos soldados, luego escucho la puerta cerrarse, yo mire por la rendija; debo asegurarme de que ellos se hayan ido, no puedo arriesgar la vida de mi hermano. Salgo con cautela del escondite; es un pequeño salón secreto, la puerta camuflada con el añejo tapiz rojo de las paredes. El olor a desgracia se extiende en cada rincón del salón, camino hasta llegar a donde yace la pareja de ancianos que nos habían acogido, solo me quedo inmóvil por varios segundos con las ganas de tirarme al suelo y llorar por su perdida, pero sé que mi hermano está espiando por la rendija; debo ser fuerte, no puedo darme el lujo de desmoronarme frente a él, no tengo que hacerlo. Mis piernas se mueven temblorosas cuando puedo moverme, con lentitud camino hasta el cuarto, siento como si me costara respirar, mi cuerpo tiembla. Cuando llego a la puerta de madera gastada me quedo estática por varios minutos sin poder moverme, mi mano temblorosa toma el picaporte de la puerta, abro la puerta lentamente; abstengo el grito que está quemando en mi garganta al ver la escena frente a mí; las cinco mujeres están desnudas, sus cuerpos están rojos de los golpes, cada una de ellas tiene un hoyo en su cabeza; seguramente le habían dado el tiro de gracia a cada una de ellas, ya no puedo contener más mis sollozos, me aprovecho de que Jorge no puede verme y lloro hasta que mis lagrimas se secan, no llegare a comprender la crueldad de los alemanes, no tiene límites, carecen de humanidad y yo a mis diez y seis años había tenido que vivir en carne propia la crueldad de la guerra. Me levante luego de media hora, no tengo ánimo de nada, pero debo huir antes de que ellos nos encuentren y tuviéramos la misma suerte de la pobre familia judía. Con rapidez busco la caja de emergencia que Samael guardaba con recelo, había dinero suficiente para sobrevivir por unas semanas o tal vez había dinero suficiente para pagar nuestros boletos hacia Inglaterra. Con rapidez tome lo más indispensable para el viaje, pero un sonido llama mi atención; el sonido desgarrador de pasos, con lentitud me acerco a la puerta con cuidado de no provocar sonido alguno, un hombre de uniforme camina por la sala, sus pasos son tranquilos, el murmuraba frases incoherentes, de un momento a otro se acerca hacia donde estoy; me quedo paralizada sin saber que hacer, el hombre toma su sombrero que está en el sillón, cuando sube su mirada me mira; yo tiemblo del miedo al momento en que él se levanta lentamente, se acerca a mí, empieza a hablarme pero no sé qué decirle; no estoy captando sus palabras, en estos momentos agradezco haber sido prudente y dejar a Jorge encerrado en aquel escondite, si tan solo hubiese cometido el error de dejar la puerta abierta ambos estaríamos en peligro en estos momentos. El hombre de un rápido movimiento me estampa en la pared del cuello, él sonríe al ver el miedo en mis ojos, los suyos están llenos de maldad, estoy segura de que no se va a apiadar de mí, en un vano movimiento tome sus brazos para apartarlo de mí, pero el aire no llega a mis pulmones y mi cuerpo pierde fuerza lentamente, mi garganta tiene una sensación de ardor realmente dolorosa, mi corazón parece ir más lento, entonces un sollozo se escucha en el silencio; el llanto de mi pequeño bicho, eso fue lo que me devolvió la fuerza para patear al hombre en medio de sus piernas, el me suelta inmediatamente y caigo directo al suelo, él se retuerce del dolor. No le doy el tiempo para reponerse, mi cuerpo trabaja con la adrenalina; tomo un jarrón de vidrio y lo estampo en su cabeza. Por suerte el hombre quedo inconsciente, pero sé que no tardaría en despertar, termine de guardar la ropa y el dinero rápidamente, me acerque al escondite secreto, mi hermano me abrazo fuertemente, lo tome en mis brazos y salí del apartamento. Camine con cuidado por el lugar, a la lejanía se escucha el abrupto sonido de las bombas y disparos, las calles son campos minados, le pedí a mi hermano que no fuese a llorar, cuando las bombas impactan cerca el tiembla del miedo; yo no estoy mejor; mi cuerpo tiembla como gelatina y mis piernas amenazan con desfallecer en cualquier momento, lo más seguro es quedarnos en un callejón lejano a los conflictos, hemos llegado muy lejos para que al final una bomba impida que lleguemos a Londres. Nos acurrucamos en una pared mientras escuchamos los bombardeos. Mis lagrimas salen sin poder evitarlo, acabó de vivir la crueldad nazi en mi propia piel, la imagen de la habitación roja está aún en mi memoria, las pobres muchachas tuvieron un fin tan trágico, al igual que sus padres; todos murieron por protegernos, al igual que mis padres sus muertes ahora también cargan en mi memoria.

22 de diciembre de 1940

Chelmsford, Essex, Reino Unido

El cielo gris parece acompañar mi soledad, mi corazón duele, mi alma llora y mi rostro muestra una gran sonrisa para alentar a mi hermano quien esta emocionado; el barco había zarpado de Bélgica hace no más de dos meses, los días en altamar fueron maravillosos, despierto todas las mañanas al alba de un nuevo día, me encanta ver como el sol salía del horizonte lentamente desvistiendo su belleza, me encanta la sensación de libertad que provocaba el sonido de las olas chocar con el imponente barco, lo que más amó es el silencio, la paz de poder recostarme en la cama vieja con la certeza de que no iba a huir más, que no iba a escuchar el sonido de bombas explotar cerca de mis oídos o los gritos en alemán que me tenían traumada, mi hermano mira con admiración la ciudad de Essex, llena de vida y colores, las personas caminan felices por las calles sin miedo de ser atacados por la guerra, viven tranquilos, aquí pareciera que la guerra es solo un mal sueño, un rumor lejano, es algo que les envidió; ellos no tienen pesadillas cada noche con sangre, muerte y destrucción, cuando la guerra pasara ellos seguirán igual, sin saber en realidad lo dolorosa que es la vida allá afuera. Faltan dos días para mi cumpleaños, no puedo sentirme menos emocionada. Hoy hace un año mis padres se sacrificaron por nosotros, hoy cumplimos un año de pesadilla y tortura, hace un año habíamos empezado este viaje, habíamos encontrado cosas desagradables, pero también conocimos personas maravillosas que llevan un lugar en nuestros corazones, al fin después de trescientos sesenta y cinco noches de angustia estábamos a una ciudad de llegar a nuestro destino; Londres.

29 de febrero de 1941

London, Greater London, Reino Unido

Al fin, después de un largo año viajando, sufriendo tristezas y perdidas habíamos llegado a Londres, es una ciudad hermosa, sus altas edificaciones están en perfecto estado, se respira la tranquilidad y la paz en cada calle, pareciera que la guerra no existe, pero yo conozco la triste realidad que muchos judíos vivamos del otro lado del océano. Mi hermano casi muere de emoción al conocer el enorme reloj Big Ben, es una edificación realmente maravillosa, mi hermano también amo el Palacio de Westminster, nosotros no tenemos donde dormir pero mi hermano está feliz de estar finalmente en Londres y yo también por lo cual nos dedicamos toda esa mañana a recorrer las hermosas calles de la ciudad visitado los lugares más atractivos para la vista, yo llevo un vestido gris y un suéter de botones sucio, mi hermano lleva un pantalón cafés oscuro, una camisa de rayas y un chaleco gris con una desgastada boina que en algún momento fue azul marino oscuro; parecíamos indigentes pero las personas no nos prestan atención en absoluto y eso es gratificante.

Caminamos por las calles al anochecer buscando algún callejón vacío donde pudiéramos dormir, más sin embargo mi mirada se dirigió a una muchacha que camina en soledad por las oscuras calles de Londres, su ropaje es refinado; viste un traje de falda amplia azul oscuro y camisa manga larga blanca con una bufanda roja en su cuello, un sombrero redondo color negro que cubre con su sombra el semblante en su rostro, lleva un bolso grande en sus manos ¿Qué haría una mujer tan refinada en las calles a esta hora? Me pregunto mientras observo a la distancia como su figura se pierde por momentos en las penumbras, puede que no le conozca, pero soy lo suficientemente inteligente para saber que no se trata de cualquier mujer, ella luce sumamente adinerada, todo en su atuendo y hasta su caminar me dan a entender eso.

De un momento a otro dos hombres se le acercan con intensiones dudosas hacia la mujer, ellos empiezan a empujar a la mujer hacia la pared, uno de ellos le arrebata su bolsa de un jalón, ella forcejea con ellos, pero por experiencia sé que es imposible, acorralan a la elegante mujer en la pared mientras empiezan a tocarla con intensiones malsanas, mi hermano quien mira la escena también me golpea el estómago levemente y me hace un asentimiento con la cabeza para que hagamos algo, yo lo miro con desesperación sin saber cómo actuar, al fin estamos en paz después de un año de sufrimiento; finalmente no tenemos que robar o huir, finalmente podemos caminar por las calles sin miedo; estoy aterrada de desprenderme de esta sensación de paz, es egoísta de mi parte, pero solo soy una adolescente aterrada con la suma necesidad de cuidar de su hermano.

El miedo me paraliza por unos segundos, pero recordé a mis amigas de Bruselas, no dejaría que ninguna mujer volviera a pasar lo mismo si yo pudiera evitarlo, si yo pudiera ayudar, también recordé a belga, a Minia y a todas esas personas que nos brindaron ayuda sin conocernos, aun poniendo en riesgo su propia vida por hacerlo ¿Cómo podría no hacer lo mismo? Tomo unos envases de vidrio que están a un lado de la calle, me acerco lentamente a ellos, le había dicho a mi hermano que me esperara a la lejanía y que cuando nos viese correr que hiciera lo mismo.

Con mi corazón galopando a mil por hora me acerque, tome los dos envases y lo estampe sincronizadamente en las cabezas de los hombres, quienes cayeron al suelo, no había imaginado que mi plan improvisado funcionase con tal éxito. La mujer me mira con sorpresa, yo solo me acerco a ella, tomo de su mano y sin importar su bolsa ambas corrimos, porque las cosas materiales son lo menos importante ahora, la he salvado de un destino peor que el que podría sufrir su bolso.

Los hombres se levantaron cuando nosotras estamos un poco alejadas, ellos empiezan a correr para seguirnos, yo tomo a Jorge de la mano y los tres corremos juntos, los hombres están cerca, puedo sentir sus pasos en mi espalda, mi propio corazón martilla en mis oídos y mis sentidos parecen incluso más agudos, seguramente por la adrenalina del momento, mis piernas corren con más fuerza y rapidez, Jorge y la mujer desconocida prácticamente son arrastrados por mi ritmo.

Lo único que pienso es en encontrar una solución, observo rápidamente la calle en la que hemos girado; hay una pequeña zapatería abierta, la luz amarillenta es la única que se puede deslumbrar en toda la manzana, algunas bombillas de los viejos postes de luz están estropeadas y parpadean a cada segundo, yo solo pienso en salvar a mi hermano, guie a ambos hacia el pequeño local.

Un anciano delgado de blancos cabellos está sentado frente a una máquina, al vernos entrar de manera tan alarmante se levanta de un brinco, rápidamente nos pregunta algo inentendible para mí, yo solo le hago una negación con mi cabeza a la muchacha que habíamos salvado para que pudiera hablar, entonces ella empezó a hablar con el amable señor, no entiendo nada de lo que dicen, pero al parecer el hombre se ha apiadado de nosotros.

La mujer se acerca a mí, habla con lentitud para que pudiese entender, pero es inútil, es la primera vez que tengo contacto con ese idioma y ninguna frase me parece familiar.

No sé qué decirle, yo atine a hablarle en mi idioma natal, ella se quedó confundida, estoy segura que tiene el mismo semblante que yo tenía antes, pero anciano entendió a la perfección lo que decía.

Él también era judío, pero se había mudado a Londres mucho antes que la guerra empezara, nos agradeció en nombre de la mujer, él se ofreció a llevarnos a nuestro hogar; yo le tuve que decir la verdad de que recién habíamos llegado y estábamos solos. La mujer quien se llamaba Tina conmovida nos llevó a su casa; resulta que haber salvado a la mujer había sido lo mejor que pudo pasarnos; su padre era el dueño de una prestigiosa empresa donde trabaje hasta que termino la guerra, el señor zapatero, llamado Joel nos había instruido por meses para aprender el idioma ingles; ese día conocí más ángeles, a pesar de todo el dolor y sufrimiento no puedo quejarme porque me di cuenta que la luz siempre brilla sin importar cuan oscuro sea el sendero, la luz siempre busca la manera de alcanzarte.

Fin del capítulo

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Silvia Rosales
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