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Se ordena el ejército. La anciana de los portales. Alza tu poder. - PARTE 3
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Se ordena el ejército. La anciana de los portales. Alza tu poder. - PARTE 3

Hermes tenía una idea para su máquina, y envío a solicitar algunos aditamentos. Tenía planeado desde un principio su ataque desde el aire. En el suelo. Un elemento interesante, al cual ajustó del lado de la metralleta. Eran lanzas con una punta filosa, con la particularidad de que aquellas, estaban hechas del metal con la cual se ha forjado parte de la espada. Fue una idea interesante, aunque Hermes no estaba completamente seguro de que funcionaría. Pero si existía tal poder en la ciudad con las barreras de metal que fortificaban e impedían la luz, no cabría mejor idea que usar armas que se dotaran de ello, incluso, expuso esa razón desde un principio con siempre razonamiento deductivo, lo que fue aclarado por Cleo. Las armas solo serán efectivas en su totalidad, cuando se elimine el portal del centro del laberinto que como la ciudad de Azaria, fortifica la ciudad del norte. Luego solo será una lucha entre la luz y la oscuridad.



Se deberá combatir fuera del campo de la ciudad, dentro será inútil. Recordó lo que Cleo le explicó. –



- Si vas a volar debes hacerlo sobre las afueras del campo gravitatorio de lo contrario tu avión podría fallar y estrellarse. Debes esperar a que el laberinto desaparezca. Por favor Hermes, se bien como actúas. No intereses heroísmos innecesarios.



- Lo haré. No te preocupes Cleo –



- Eso me preocupa, porque no harás caso alguno de ello Hermes no supo que decir, y la miró a Cleo.



- Si tu vida corre peligro, ¿No sé cómo actuaré?





Cleo, no podía expresarse.









- ¡Saldré unos horas Cleo! Pronto volveré – Dijo Hermes de camino al campo. Le dio un beso lo que alegró su pesar y nervios de su dama. Luego dio medio vuelta. Cleo veía como se alejaba.



- ¡Ten cuidado Hermes! – Expresó silenciosamente - ¿Hermes? – Grita Cleo.









Él se da vuelta.





- ¡Te amo mi Cleo! – Y Hace el saludo militar. Ella le devuelve el cumplido con el mismo gesto. -



- Y yo a ti Cleo





En su parsimonia meditación, contemplaba el horizonte desde aquel campo, allí permaneció sentado en un tronco en cuanto todas las hojas volaban desde los árboles que van envejeciendo y sin premura. El avión de combate está casi, listo. Y a unos metros el avión de su subordinado Takeda.



- Todos allá se están preparando. Hartman verificando su lanza, y la posición de sus hombres Fenrir. Manni controlando las holografías, junto a Mac. Un sentimiento me invade en esta batalla, quizás sea la última. Siempre he luchado sin temor a la muerte, y es la primera vez que lo siento.



Una persona se aproximaba a él. Pasaron varias horas desde que Hermes partió al campo de la pista. Phileas volteó a ver quién era. Cleo estaba aproximándose. Venía con un vestido rojizo, con sus bucles de su cabello amarillo, que se mesclaban con los rayos del sol.



- ¡Cleo! – Sonríe Hermes. –



- ¡Hermes! ¿Estás bien? –



- Sí, me retrasé un poco con el tiempo. -



- Supuse que deseabas estar solo, sin que nadie te moleste.



- Al contrario, me gusta que estés aquí conmigo. – Le toma la mano. Cleo acaricia la de él, y presiente la inquietud con sus dedos temblando



- ¿Estás nervioso no? – Pregunta Cleo. –









- Tal vez Cleo. –



- Lo sé, no hace falta que me digas. – Hermes agacha la cabeza y sonríe.



- Esa forma de leer de ti las mentes y los cuerpos



- ¡No te burles! – Se irrita Ella – Solo me preocupas. –



- No era burla Cleo. Solo que siempre he combatido, sin problemas. A veces los soldados, sabemos que puede ser la última vez aquí, o allá – señala el cielo – Sin embargo nos armamos de temperamento, y salimos al combate son problemas. Es pasajero, y yo, tu sabes bien, que no te he temido a la muerte, e incluso la he buscado por donde fuera, pero ella nunca venía. Como si no me quisiera con ella. Y ahora... - Hace una pausa Hermes. Cleo dibuja su rostro de pesadumbre y pena por Hermes.



- ¿Ahora? –



- Pienso que está esperándome impaciente. Quizás deba morir aquí en éste mundo. O quizás es hora. Pero eso sea algo diminuto.



- Solo es tu imaginación, Hermes. Todo va salir bien. – Y no es diminuto.



- Gracias Cleo, pero antes que verme a mí, solo quiero que tu estés Bien. Es mi deseo, y eso es otras de las tantas inseguridades.



- ¡Puedo cuidarme sola!



- Claro que puedes y confió en ti. Y te protegeré. Te juró que aunque la muerte conste allí intentando llevarme, no me iré hasta asegurarme que tú estarás bien, y seas feliz.



- ¡Hermes! No digas eso – Ella se arroja a su pecho sintiendo su corazón – Tu llegaste a mí por que debíamos volver a estar juntos. Siempre lo estuvimos y estaremos unidos. Nuestras almas nacieron para estar juntas, no importa el tiempo, el espacio, ni las vidas que deban pasar. Alguna vez lo que fue bueno y malo deben unirse nuevamente. No importa si eres humano, o demonio, yo no voy a dejarte. – Después de esas palabras. Se besaron, en









cuanto una luna que se disponía a salir, despedía al sol, y regresaron juntos a la posada. –



-



La luz del día estaba ocultándose, y las estrellas brillaban.





Se tomaron de la mano para acompañarse. Era en un sentimiento de equipo para que uno no perdiese al otro, y viceversa. Dentro de los caminos que llevaban a destino, los faroles alumbraban la nocturnidad. Como una hilera de ellos, iban indicando a dos personas que en una noche en Azaria se disponían a todo. Para Cleo y Hermes el tiempo se paralizó en tiernos instantes.





- La noche es perfecta – Se decía Cleo. Hermes contuvo el silencio de entre manos. Quería permanecer así. Solo gesticulo el agrado de la compañía de Cleo – lo demás deben estar ocupados con los preparativos ¿No crees?



- Si. Los entiendo. Es difícil acostumbrarse a la hora de iniciar un operativo. Incluso me continúa sucediendo. Siempre habrá un lugar para las preocupaciones.



- O la ansiedad – Cleo.



- Eso mismo – Asiente Hermes





Antes de poder ingresar a la posada, encontraron un lugar cálido en el cual poder cenar alguna comida ligera. Se dijeron al mismo tiempo que tenían apetito. Era un sitio rustico. Una taberna de medievo con algunas mesas, y sillas a su alrededor. Estaba atendida por un hombre muy parecido a ese amigo que tenía en el otro mundo Hermes del cual su último recuerdo fue una pelea en su bar con otros oficiales borrachos. Las cosas aquí son diferentes. Pidieron unas tortillas y agua solamente. Hermes al recibir su plato, no podía evitar pensar más allá de la batalla, sobre el bienestar de Cleo. Creía que su misión era bastante dificultosa para ella. No por falta de confianza, sino porque el hecho de la misión en especial y el laberinto, lo conformaban.









- Dime Cleo. ¿Cómo es ese laberinto? – Preguntaba. Necesitaba disipar dudas. Cleo masticaba un bocado y bebió un sorbo de agua.



- El laberinto es una conformación de paredes que recubren toda la entrada principal. No se puede destruir con artillería. Se extiende hacia las montañas. Pero no es un laberinto en el sentido de la palabra – Aclara



– son fortificaciones que tienen un estilo. Pero su ingreso y salida no son una complicación. El problema es que dentro, al llegar a su final está la puerta. Nadie sabe bien. Solo son especulaciones. El laberinto restringe el ingreso de cualquiera que no pertenezca a la orden. Si entrase un ejército, tal vez desaparecería sino descubre la puerta principal.



- ¡Es locura! Cleo podrías entrar y no salir nunca.



- Si, podría, pero no – Tengo la sensación de que puedo encontrar la puerta. -



No días tonterías – Se enfada Hermes – Sabes que es un suicidio.



- Hermes recuerdas ¿por qué empezamos éste viaje? ¿Recuerdas por qué eres militar? – preguntó intuitivamente. Hermes no supo que decir. – Nuestras vidas están conformadas por vínculos, momentos y decisiones. Son las que no hacen y hacen todo lo que nos rodea. Si queremos lograr que lo que estamos viviendo mejore por nuestro bien y el de todos, debemos tomar ciertas decisiones aunque ello signifique arriesgar la vida.



- Te entiendo – Hermes no quiso continuar



- Tú estarás allí en el aire resistiendo hasta que el campo de fuerza desaparezca ¿y crees que no me preocupa?



- Cleo se lo que hago. Conozco mi actuar



- Por eso temo. Porque conozco tu actuar. – Se preocupa ahora Cleo por la forma en que Hermes actúa en combate.



Al concluir la cena pagaron la cuenta y salieron de allí para dirigirse a la posada. Cleo se mantuvo en silencio. Era ella la que hizo una pausa. Tenía miedo de lo que sucediera con Hermes y luego de todos y ella. La sacerdotisa le dijo que ella podría.









"El laberinto es va a quebrar en tus manos cuando veas que tu corazón parezca que explotará"



Cleo no estaba segura, eran sus palabras. Ya estaban en la entrada. La puerta de bienvenida está abierta como descuido. El posadero no se encontraba allí. Al ir a sus habitaciones Cleo, ¿No sabía cómo despedirse? Lo habitual era un beso de buenas noches.



- Bueno es hora de irme- Contesta Hermes. -





Cleo no dijo nada. Hermes sonrió y al darse la vuelta y querer avanzar, Cleo sostenía su mano sin soltarla. Hermes compendió el hecho. Hoy y solamente esta noche Cleo no quería estar sola, sino con Hermes.



Nunca experimentó aquel deseo, sino en un fantasmagórico efecto platónico de su mente, pero Hermes era su par en sus vidas pasadas, era a quien había esperado. Leyó todo de él, el día que abrazó su corazón al hombre que amaba, y amará. Su mano se aferraba a la de Hermes, y no lo soltaría nunca. Ella lo fue acercando a su cuerpo, y pronto antes de abrir la puerta de la habitación sus labios se aferraron el uno con el otro entre sus miradas que se acariciaban con los semblantes de unos rostros enamorados. Luego se observaron, y con la otra mano Cleo abrió la puerta de su habitación, invitando a Hermes a ingresar por completo en su vida. En la plutonica penumbra, se dirían todas las palabras que formen versos de poemas de amor con el tacto de la piel, como única comunicación de cariño y afecto, y con ello terminarían de sellar esa magia que la princesa nigromante y aquel aventurero tenían en su corazón esperando.



Hoy permiten todo lo prohibido en la hechicería del placer, y ante los espectros del deseo de sus mentes. Nadie tendrá derecho si quiera la oscuridad o la luz de separar sus almas. Ni dioses, ni diosas, ni ángeles, ni demonios.



Cuando ella tomó su mano, percibió el calor que recorría los torrentes sanguíneos de Hermes y su estimulo, y fueron llegando las noticias al ingresar en la habitación y sentarse cada cual en una cama de uno para dos, sin soltarse las manos y









acariciando la piel espaciosamente y sin apuros de relojes. Así fue descendiendo Cleo, mientras Hermes la recorría.



- Estas segura – Le dijo con el permiso indicado, Hermes. Ella asintió con la mayor certeza de la mayor convicción y confianza de Cleo a Hermes.



Así en su primera vez y emoción, Cleo fue verificando todo lo que Hermes comprendía. Cada prenda fue desprendida, y ella lo copiaba a él, besos y caricias del ritual de cada parte que se iba despojando de las ropas. Ambos se alejaron unos centímetros y se miraron tímidos; se vieron el uno al otro desnudos, como llegaron al mundo y se fueron acercando nuevamente en el beso y el abrazo de las caricias. Y cada cual se trasformó en peregrino de la piel del otro, al transitar desde el comienzo de la boca, al sexo inmaculado y prohibido. La nigromante hizo que sus encantos se corrompieran, expandiendo en lujuria; pasión cuando ella recibió en su sexo el juego sagaz e intrépido de ese viajero que le regalaba el sentimiento del goce. Los ojos se Cleo se iban complaciendo al encantamiento, y fue el turno de ella de que las estrellas se expandieran en Hermes al tomarlo por sorpresa, y descender a su miembro acariciando con sus dedos de seducción fatal el pecho, y darle todo lo que el pide. Luego ella regreso de su viaje besando cada parte hasta el cuello. Varios fueron los movimientos y ella, era la diosa del evento. Luego él volteo su forma, y apretó fuerte desde su trasero para hacer más intensa la penetración. Y la llevó al suelo. Cuerpo a cuerpo continuaron moviéndose sin desprenderse.



Ambos se aferraron como una fusión, y Cleo encima de él, decidió moverse como una maldición produciendo su nigromancia y asegurando sus garras en la espalda de Hermes, mientras él, la besaba mordisqueando sus labios. Cleo comenzó a sentir la potencia de Phileas, que se movía más rápido en su andar presuroso. Sus ojos celestes estaban por llegar al éxtasis total, y con fuerza la sangre brotaba de la espalda de Hermes hasta un último esfuerzo en el cual ambos extenuados respiraban la satisfacción en un grito desesperado, al llegar al punto límite. Un respiro solo eso, y ella quedó totalmente abrazada a él besándose en cada





instante, hasta quedarse completamente dormidos en el encanto de la luna llena que reflejaba sus cuerpos llenos de amor en una unión fantástica.

Aunque aún no fuera acto presente del día. Cleo despertó, y fue hacia la ventana abierta de su habitación. Su cuerpo estaba entre una sábana que cubría su bella figura. Hermes dormía profundamente, y ella contemplaba los últimos destellos de la noche estrellada, y luego dirigía su mirada a él, y luego hacia el exterior del cielo, rogando que todo sea un éxito. Rogando porque su madre y hermana estuvieren bien, rogando por la vida de Hermes.

- Daré todo lo que soy con tal de que esto termine. -

En ese momento en que sus palabras se fueron mentalizando, el cielo recorría con las nubes que se iban entremezclando. No podía esperar por la ansiedad, aunque tampoco era preciso que ella se apoderase de su persona.

El contemplar lo que reste de la noche y el llamado del sigilo, mutó en una ceremonia de paz. Era esa pausa que tanto busca el ser humano, y que por fin puede encontrar conjugada para beneficio de ella. No necesito más que ello, para tranquilizar su mente y sus brujerías.

Fin del capítulo

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Diego Leandro Couselo
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Dedicado - Sinopsis
Un último momento.
Nuestra historia recién comienza.
La despedida. -
El rescate de Cleo. Muere Drake. -
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