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Capítulo 6

Al día siguiente mismo se encontró el primer Billete Dorado. El afortunado fue un niño llamado Augustus
Gloop, y el periódico vespertino del señor Bucket traía una gran fotografía suya en la primera página. La
fotografía mostraba a un niño de nueve años tan enormemente gordo que parecía haber sido hinchado con
un poderoso inflador. Gruesos rollos de grasa fofa emergían por todo su cuerpo, y su cara era como una
monstruosa bola de masa desde la cual dos pequeños ojos glotones que parecían dos pasas de Corinto
miraban al mundo. La ciudad donde vivía Augustus Gloop, decía el periódico, se había vuelto loca de
entusiasmo con su héroe. De todas las ventanas pendían banderas, los niños habían obtenido un día de
asueto escolar y se estaba organizando un desfile en honor del famoso muchacho.
—Sabía que Augustus encontraría uno de los Billetes Dorados —había dicho la madre a los periodistas—.
Come tantas chocolatinas al día que era casi imposible que no lo encontrase. Su mayor afición es comer.
Es lo único que le interesa. De todos modos, eso es mejor que ser un bandido y pasar el tiempo
disparando pistolas de aire comprimido, ¿no les parece? Y lo que yo siempre digo es que no comería
como come a menos que necesitase alimentarse, ¿verdad? De todas maneras, son vitaminas. ¡Qué
emocionante será para él visitar la maravillosa fábrica del señor Wonka! ¡No podemos sentirnos más
orgullosos!
—Qué mujer más desagradable —dijo la abuela Josephine.
—Y qué niño más repulsivo —dijo la abuela Georgina.
—Sólo quedan cuatro Billetes Dorados —dijo el abuelo George—. Me pregunto quién los encontrará.
Y ahora el país entero, el mundo entero, en realidad parecía de pronto haberse entregado a una frenética
orgía de comprar chocolatinas, todos buscando desesperadamente aquellos valiosos billetes restantes.
Mujeres adultas eran sorprendidas entrando en las tiendas de golosinas y comprando diez chocolatinas de
Wonka a la vez, y luego desgarrando el papel del envoltorio para mirar ansiosamente en su interior con la
esperanza de encontrar allí el brillo del papel dorado. Los niños cogían martillos y abrían en dos sus
huchas para correr a las tiendas con las manos llenas de dinero. En una ciudad, un famoso criminal robó
cinco mil dólares de un banco y se los gastó todos en chocolatinas aquella misma tarde. Y cuando la
policía entró en su casa para arrestarle le encontró sentado en el suelo en medio de montañas de
chocolatinas, abriendo los envoltorios con la hoja de una larga daga. En la lejana Rusia, una mujer
llamada Carlota Rusa dijo haber encontrado el segundo billete, pero éste resultó ser una experta
falsificación. En Inglaterra, un famoso científico, el profesor Foulbody, inventó un aparato que podía
averiguar en un momento, sin abrir el envoltorio de una chocolatina, si ésta contenía o no un Billete
Dorado. El aparato tenía un brazo mecánico que se disparaba con una fuerza tremenda y se apoderaba de
todo lo que tuviese dentro la más mínima cantidad de oro, y, por un momento, pareció que con esto se
había hallado la solución. Pero desgraciadamente, mientras el profesor estaba enseñando al público su
aparato en el mostrador de golosinas de unos famosos almacenes, el brazo mecánico salió disparado e
intentó apoderarse del relleno de oro que tenía en una muela una duquesa que se encontraba por allí. Hubo
una escena muy desagradable, y el aparato fue destrozado por la multitud.
De pronto, el día antes del cumpleaños de Charlie Bucket, los periódicos anunciaron que el segundo
Billete Dorado había sido encontrado. La afortunada era una niña llamada Veruca Salt, que vivía con sus
acaudalados padres en una gran ciudad lejana. Una vez más, el periódico vespertino del señor Bucket traía
una gran fotografía de la feliz descubridora. Estaba sentada entre sus radiantes padres en el salón de su
casa, agitando el Billete Dorado por encima de su cabeza y sonriendo de oreja a oreja.
El padre de Veruca,el señor Salt, había explicado a los periodistas con todo detalle cómo se había
encontrado el billete. —Veréis, muchachos —había dicho—, en cuanto mi pequeña me dijo que tenía que
obtener uno de esos Billetes Dorados, me fui al centro de la ciudad y empecé a comprar todas las
chocolatinas de Wonka que pude encontrar. Debo haber comprado miles de chocolatinas. ¡Cientos de
miles! Luego hice que las cargaran en camiones y las transportaran a mi propia fábrica. Yo tengo un
negocio de cacahuetes, ¿comprendéis?, y tengo unas cien mujeres que trabajan para mí allí en mi local,
pelando cacahuetes para tostarlos y salarlos. Eso es lo que hacen todo el día esas mujeres, se sientan allí a
pelar cacahuetes. De modo que les digo: «Está bien, chicas, de ahora en adelante podéis dejar de pelar
cacahuetes y empezar a pelar estas ridículas chocolatinas.» Y eso es lo que hicieron. Puse a todos los
obreros de la fábrica a arrancar los envoltorios de esas chocolatinas a toda velocidad de la mañana a la
noche.
Pero pasaron tres días y no tuvimos suerte. ¡Oh, fue terrible! Mi pequeña Veruca se ponía cada vez más
nerviosa, y cuando volvía a casa me gritaba: «¿Dónde está mi Billete Dorado? ¡Quiero mi Billete
Dorado!» Y se tendía en el suelo durante horas enteras, chillando y dando patadas del modo más
inquietante. Y bien, señores, a mí me desagradaba tanto ver que mi niña se sentía tan desgraciada, que me
juré proseguir con la búsqueda hasta conseguir lo que ella quería. Y de pronto..., en la tarde del cuarto día,
una de mis obreras gritó: «¡Aquí está! ¡Un Billete Dorado!» Y yo dije: «¡Dámelo, de prisa!»,y ella me lo
dio, y yo lo llevé a casa corriendo y se lo di a mi adorada Veruca, y ahora la niña es toda sonrisas y una
vez más tenemos un hogar feliz.
—Esto es aun peor que lo del niño gordo —dijo la abuela Josephine.
—Lo que esa niña necesita es una buena azotaina —dijo la abuela Georgina.
—No me parece que el padre de la niña haya jugado muy limpio, abuelo, ¿y a ti? —murmuró Charlie.
—La malcría—dijo el abuelo Joe—, y nada bueno se puede obtener malcriando así a un niño, Charlie,
créeme.
—Ven a acostarte, cariño —dijo la madre de Charlie. Mañana es tu cumpleaños, no lo olvides. Espero que
te levantes temprano para abrir tu regalo.
—¡Una chocolatina de Wonka! —exclamó Charlie—. Es una chocolatina de Wonka, ¿verdad?
—Sí, mi amor—dijo la madre—. Claro que sí. —Oh, ¿no sería estupendo que encontrase dentro el tercer
Billete Dorado? —dijo Charlie. —Tráela aquí cuando la recibas —dijo el abuelo Joe—. Así todos
podremos ver cómo la abres.

Fin del capítulo

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