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Capítulo 24

El señor Wonka siguió andando rápidamente por el corredor. «CUARTO DE LAS NUECES», decía en la
puerta siguiente.
—Está bien —dijo el señor Wonka—. Deteneos aquí un momento y recobrad vuestro aliento, y echad un
vistazo a través del panel de vidrio de la puerta. ¡Pero no entréis! Hagáis lo que hagáis, no entréis en el
CUARTO DE LAS NUECES. ¡Si entráis, interrumpiréis a las ardillas!
Todos se apretujaron contra la puerta. —¡Oh, mira, abuelo, mira!—gritó Charlie.
—¡Ardillas! —chilló Veruca Salt. —¡Caray! —dijo Mike Tevé.
Era un espectáculo asombroso. Alrededor de una gran mesa había cien ardillas sentadas en altos taburetes.
Sobre la mesa había montañas y montañas de nueces, y las ardillas trabajaban como locas partiendo las
nueces a tremenda velocidad.
—¿Por qué utiliza ardillas? —preguntó Mike Tevé—. ¿Por qué no utiliza a los Oompa-Loompas?
—Porque —dijo el señor Wonka— los Oompa-Loompas no pueden sacar las nueces de sus cáscaras sin
romperlas. Siempre las rompen en dos. Nadie excepto las ardillas pueden sacar las nueces enteras de su
cáscara. Es muy difícil. Pero en mi fábrica insisto en que sólo se utilicen nueces enteras. Por lo tanto,
necesito ardillas para hacer ese trabajo. ¿No es maravilloso ver cómo parten esas nueces? Y mirad cómo
golpean las nueces con los nudillos para asegurarse de que no están malas. Si está mala, suena a hueco, y
ni se molestan en abrirla. La tiran por el agujero de los desperdicios. ¡Mirad! ¡Allí! ¡Mirad a esa ardilla
que está cerca de nosotros! ¡Creo que ha encontrado una nuez mala!
Todos miraron a la pequeña ardilla mientras ésta golpeaba la nuez con los nudillos. Inclinó hacia un lado
la cabeza, escuchando atentamente, y luego, de repente, arrojó la nuez por encima de su hombro a un
enorme agujero que había en el suelo.
—¡Eh, mamá! —gritó de pronto Veruca Salt—. ¡He decidido que quiero una ardilla! ¡Cómprame una de
esas ardillas!
—No seas tonta, cariño —dijo la señora Salt—. Todas esas ardillas pertenecen al señor Wonka.
—¡Eso no importa! —gritó Veruca—. Quiero una. En casa sólo tengo dos perros, cuatro gatos, seis
conejos, dos periquitos, tres canarios, un loro verde, una tortuga, una pecera llena de peces, una jaula de
ratones blancos y un estúpido hamster. ¡Yo quiero una ardilla!
—Está bien, tesoro —dijo conciliadora la señora Salt—. Mamá te comprará una ardilla en cuanto pueda.
—¡Pero yo no quiero cualquier ardilla! —gritó Veruca—. ¡Quiero una ardilla amaestrada!
En ese momento el señor Salt, el padre de Veruca, dio un paso adelante. —Muy bien, Wonka —dijo con
gesto importante, sacando una cartera llena de dinero—, ¿cuánto quiere por una de esas ridículas ardillas?
Diga un precio.
—No están a la venta— replicó el señor Wonka—. No puede quedarse con ninguna.
—¿Quién dice que no? —gritó Veruca—. ¡Entraré a coger una ahora mismo!
—¡No! —dijo rápidamente el señor Wonka, pero llegó demasiado tarde. La niña ya había abierto la
puerta y se había metido dentro.
En el momento en que entró en la habitación, las cien ardillas dejaron lo que estaban haciendo, volvieron
la cabeza y la miraron con sus pequeños ojillos negros.
Veruca también se detuvo y las miró a su vez.Entonces sus ojos se posaron en una graciosaardillita que
estaba sentada cerca de ella en unextremo de la mesa.La ardilla sostenía una nuez entre sus patas.
—Muy bien —dijo Veruca—. ¡Me quedo contigo!
Alargó las manos para coger a la ardilla..., pero en el momento de hacerlo..., en aquel preciso momento en
que sus manos empezaron a moverse hacia adelante, hubo un súbito movimiento en la habitación, como
un relámpago de color marrón, y todas las ardillas que había en la habitación dieron un salto en el aire en
dirección a la niña y aterrizaron sobre su cuerpo.
Veinticinco ardillas cogieron su brazo derecho y lo sujetaron.
Veinticinco ardillas más cogieron su brazo izquierdo y lo sujetaron también.
Veinticinco cogieron su pierna derecha y la anclaron contra el suelo.
Veinticuatro cogieron su pierna izquierda.
Y la ardilla que quedaba (evidentemente el cabecilla del grupo) se subió a su hombro y empezó a golpear
la cabeza de la desgraciada niña con los nudillos.
—¡Salvadla! —gritó la señora Salt—. ¡Veruca! ¡Vuelve aquí! ¿Qué le están haciendo? —Están
probándola para ver si es una mala nuez —dijo el señor Wonka—. Observen.
Veruca se defendía furiosamente, pero las ardillas la sujetaban con fuerza y la niña no podía moverse. La
ardilla que estaba posada en su hombro seguía golpeándole la cabeza con los nudillos.
Entonces, súbitamente, las ardillas tiraron al suelo a Veruca y empezaron a transportarla a través de la
habitación.
—Dios mío, es una mala nuez después de todo—dijo el señor Wonka—. Su cabeza debe haber sonado a
hueco. Veruca gritaba y pataleaba, pero esto no sirvió de nada. Las diminutas patitas la sujetaban muy
bien, y la niña no podía escapar.
—¿Dónde la llevan? —chilló la señora Salt. —La llevan adonde van todas las nueces que están malas
—dijo el señor Willy Wonka—. Al pozo de los desperdicios.
—¡Dios mío, es verdad! —dijo el señor— Salt, mirando a su hija a través de la puerta de cristal.
—¡Salvadla entonces! —gritó la señora Salt.
—Demasiado tarde —dijo el señor Wonka—. Ya se ha ido.
—¿Pero a donde? —chilló la señora Salt, agitando los brazos—. ¿Qué ocurre con las nueces malas? ¿A
dónde conduce ese vertedero?
—Ese vertedero en particular conduce directamente al tubo principal de desperdicios que recoge la basura
de toda la fábrica, todo lo que se barre del suelo, las cáscaras de patatas, repollos podridos, cabezas de
pescado y cosas como ésas.
—¿Quién come pescado y patatas y repollo en esta fábrica, me gustaría saber? —dijo Mike Tevé.
—Yo, por supuesto —replicó el señor Wonka— . No pensarás que yo me alimento de granos de cacao,
¿verdad?
—Pero... pero... pero... —chilló la señora Salt— . ¿a dónde conduce el tubo principal?
—Pues a la caldera, por supuesto —dijo tranquilamente el señor Wonka—. Al incinerador.
La señora Salt abrió su gran boca roja y empezó a gritar.
—No se preocupen —dijo el señor Wonka—. Siempre existe la posibilidad de que hoy no la hayan
encendido
.
—¡La posibilidad!—chilló la señora Salt—. ¡Mi querida Veruca! ¡La... la... freirán como a una salchicha!
—Es verdad, querida —dijo el señor Salt—. Vamos a ver, Wonka —añadió—, creo que esta vez ha ido
usted demasiado lejos. De verdad lo creo. Puede que mi hija sea un poco caprichosa, no me importa
admitirlo, pero eso no significa que usted pueda cocerla al rojo vivo. Quiero que sepa que estoy muy
enfadado, ya lo creo que sí.
—¡Oh, no se enfade, mi querido señor! —dijo el señor Wonka—. Supongo que ya aparecerá tarde o
temprano. Puede que ni siquiera haya caído hasta abajo. Puede que esté atascada en el vertedero cerca del
agujero de la entrada, y si es así, lo único que tiene usted que hacer es ir allí a sacarla fuera.
Al oír esto, el señor y la señora Salt entraron corriendo al Cuarto de las Nueces, se acercaron al agujero en
el suelo y miraron dentro.
—¡Veruca!—gritó la señora Salt—. ¿Estás ahí?
No hubo respuesta.
La señora Salt se inclinó un poco más para ver mejor. Estaba ahora arrodillada al borde mismo del
agujero, con su cabeza dentro y su enorme trasero apuntando hacia arriba como una seta gigante. Era una
posición peligrosa. Sólo necesitaba un pequeñísimo empujón... un suave impulso en el sitio apropiado...,
¡y eso es exactamente lo que le dieron las ardillas!
Y al pozo cayó de cabeza, chillando como un loro. —¡Vaya por Dios! —dijo el señor Salt, mirando cómo
su mujer caía por el agujero—. ¡Qué cantidad de basura habrá hoy! —la vio desaparecer por el agujero—.
¿Qué hay allí dentro, Angina? —gritó. Se inclinó un poco más hacia adelante.
Las ardillas corrieron detrás de él... —¡Socorro! —gritó el señor Salt.
Pero ya estaba cayendo hacia adelante, dentro del vertedero, igual que lo hicieran antes su mujer y su hija.
—¡Dios mío! —gritó Charlie, que miraba junto con los demás a través de la puerta—. ¿Qué les sucederá
ahora?
—Supongo que alguien les recogerá en el fondo del vertedero —dijo el señor Wonka.
—Pero, ¿y el incinerador encendido? — preguntó Charlie.
—Sólo lo encienden cada dos días —dijo el señor Wonka—. Quizá este sea uno de los días en que lo
dejan apagado. Nunca se sabe... Puede que tengan suerte...
—¡Ssshhh! dijo el abuelo Joe—. ¡Escuchad! ¡Aquí viene otra canción!
Desde el fondo del corredor se oyó un redoble de tambores. Entonces empezó la canción.
¡Veruca Salt, niña fatal
Al vertedero se cayó
Y tal como lo dispusimos
En este caso, lo que hicimos,
Fue dar el gran toque final.
Deseando a sus padres suerte igual.
¡Veruca, qué será de ti!
Y aquí debemos explicar
Que encontrará, al llegar allí,
Algo distinto a lo que aquí
Veruca acaba de dejar.
¡Cosas muy poco refinadas
A las que no está acostumbrada!
Y como ejemplo, lo siguiente: Una cabeza
maloliente
De rancio y pútrido pescado
Que la saludará encantada,
¡Hola, buen día! ¿Cómo estás?
Y luego, un poco más abajo,
Hay desperdicios a destajo.
Un huevo duro, un diente de ajo, Medio filete,
cinco gajos
De mandarina, cuatro peras, Semipodridas, y
una cosa
Que el gato dejó en las escaleras.
También dos lonchas de jamón
Que huelen mal, medio limón
Lleno de moho, un bollo seco
Y un pan con mantequilla rancia
Que huele a un metro de distancia.
Y éstos serán, sí, los amigos
Que Veruca mientras desciende
Encontrará como testigos
De sus caprichos. ¡Así aprende!
Pero quizá penséis vosotros,
No sin razón, que no es muy justo
Que toda culpa y todo mal,
Todo motivo de disgusto,
Recaiga en Veruca Salt.
¿Es ella sola culpable?
¿Es ella única responsable?
Pues aunque sí es muy malcriada,
Terca, voluble y caprichosa
Gritona y mal educada,
Después de todo, ¿quién lo ha hecho
Sino sus padres?
¿Hay derecho?
A castigarla sólo a ella
Cuando quien más en falta está
Son ellos dos, mamá y papá?
Por eso mismo, hemos pensado
Que los culpables son los tres,
Y así los hemos castigado
A ellos también, pues justo es.

Fin del capítulo

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