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Capítulo 14

El señor Wonka estaba totalmente solo, del otro lado de los portones de la fábrica.
Llevaba en la cabeza una chistera negra. -Llevaba un frac de hermoso terciopelo color ciruela. Sus
pantalones eran verde botella. Sus guantes eran de color gris perla. Y en su mano llevaba un fino bastón
con un mango de oro.
Una pequeña y cuidada barba puntiaguda le recubría el mentón. Y sus ojos, sus ojos eran
maravillosamente brillantes. Parecían estar destellando todo el tiempo. Toda su cara, en realidad,
resplandencía con una risueña alegría.
¡Y qué inteligente parecía! ¡Qué sagaz, agudo y lleno de vida! Hacía todo el tiempo pequeños
movimientos rápidos con la cabeza, inclinándola a uno y otro lado, y observándolo todo con aquellos ojos
brillantes. Era como una ardilla por la rapidez de sus movimientos, como una astuta ardillita del parque.
De pronto, improvisó un pequeño baile saltando sobre la nieve, abrió los brazos, sonrió a los cinco niños
que se agrupaban junto a los portones y dijo en voz alta: —¡Bienvenidos, amiguitos! ¡Bienvenidos a la
fábrica!
Su voz era aguda y aflautada. —Entrad de uno en uno, por favor —dijo—, y traed a vuestros padres.
Luego enseñadme vuestros Billetes Dorados y decidme vuestros nombres. ¿Quién es el primero?
El niño gordo dio un paso adelante. —Yo soy Augustus Gloop —dijo.
—¡Augustus! —exclamó el señor Wonka, cogiéndole de la mano y estrechándosela con una fuerza
terrible—. ¡Mi querido muchacho, cuánto me alegro de verte! ¡En cantado! ¡Es un placer! ¡Estoy
contentísimo de tenerte con nosotros! ¿Y éstos son tus padres? ¡Qué bien! ¡Pasen! ¡Pasen! ¡Eso es! ¡Pasen
por aquí!
Era evidente que el señor Wonka estaba tan excitado como todos los demás.
—Mi nombre —dijo la niña siguiente— es Veruca Salt.
—¡Mi querida Veruca! ¿Cómo estás? ¡Es un gran placer! Tienes un nombre muy interesante, ¿verdad? Yo
siempre creí que una veruca era una especie de grano que sale en los dedos de las manos. Pero debo estar
equivocado, ¿verdad? ¡Qué guapa estás con ese precioso abrigo de visón! ¡Me alegro tanto de que hayas
podido venir! Dios mío, ¡va a ser un día tan emocionante! ¡Espero que lo disfrutes! ¡Estoy seguro de que
así será! ¡Sé que lo disfrutarás! ¿Tu padre? ¿Cómo está usted, señor Salt? ¿Y la señora Salt? ¡Me alegro
mucho de verles! ¡Sí, el billete está en regla! ¡Pasen, por favor!
Los dos niños siguientes, Violet Beauregarde y Mike Tevé, se adelantaron para que les examinara sus
billetes y luego para que el enérgico señor Wonka les estrechara la mano con tanta fuerza que casi les
arranca el brazo.
Y, por último, una vocecilla nerviosa murmuró: —Charlie Bucket.
—¡Charlie! —gritó el señor Wonka—. ¡Vaya, vaya, vaya! ¡De modo que tú eres Charlie! Tú eres el que
hasta ayer no encontró su billete, ¿no es eso? Sí, sí. Lo he leído todo en los periódicos de la mañana.
¡Justo a tiempo, mi querido muchacho! ¡Me alegro tanto! ¡Estoy tan contento por ti! ¿Y este señor? ¿Es tu
abuelo? ¡Encantado de conocerle, señor! ¡Maravilloso! ¡Fascinado! ¡Muy bien! ¡Excelente! ¿Han entrado
ya todos? ¿Cinco niños? ¡Sí! ¡Bien! Y ahora, ¿queréis seguirme, por favor? ¡Nuestra gira está a punto de
empezar! ¡Pero manteneos juntos! ¡No os separéis del grupo, por favor! ¡No me gustaría perder a ninguno
de vosotros a esta altura de los acontecimientos! ¡Oh, ya lo creo que no!
Charlie miró hacia atrás por encima de su hombro y vio que los grandes portones de hierro se cerraron
lentamente detrás de él. Fuera, la multitud seguía gritando y empujándose. Charlie les dedicó una última
mirada. Luego, cuando los portones se cerraron con un metálico. estruendo, toda perspectiva del mundo
exterior desapareció.
—¡Aquí estamos! —exclamó el señor Wonka, trotando a la cabeza del grupo—. ¡Por esta puerta roja, por
favor! ¡Eso es! ¡Veréis que dentro hace una temperatura muy agradable! ¡Tengo que mantener caliente la
fábrica por los obreros! ¡Mis obreros están acostumbrados a un clima muy cálido! ¡No pueden soportar el
frío! ¡Morirían si salieran con este tiempo! ¡Se quedarían congelados!
—Pero, ¿quiénes son estos obreros? —preguntó Augustus Gloop.
—¡Todo a su tiempo, mi querido muchacho! — dijo el señor Wonka, sonriéndole a Augustus—. ¡Ten
paciencia! ¡Lo verás todo a medida que vayamos avanzando! ¿Estáis todos dentro? ¡Bien! ¿Os importaría
cerrar la puerta? ¡Gracias!
Charlie Bucket se encontró de pie ante un largo corredor que se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
El corredor era tan ancho que fácilmente podía circular un automóvil. Las paredes eran de un color rosa
pálido, y la iluminación era suave y agradable.
—¡Qué bonito, y qué temperatura tan agradable! —susurró Charlie.
—Sí. ¡Y qué maravilloso aroma! —respondió el abuelo Joe, aspirando una profunda bocanada. Los más
apetitosos olores del mundo parecían mezclarse en el aire que les rodeaba: el olor de café tostado y el de
azúcar quemado y el de chocolate derretido y el de menta y el de violetas y el de puré de castañas y el de
azahar y el de caramelo y el de corteza de limón...
Y a lo lejos, en el corazón de la inmensa fábrica, se oía un ahogado rugido de energía, como si una
enorme, monstruosa máquina estuviese haciendo girar sus ruedas a toda velocidad.
—Y bien, éste, mis queridos niños —dijo el señor Wonka, elevando la voz por encima del ruido—, éste
es el corredor principal. ¿Me hacéis el favor de colgar vuestros abrigos y sombreros en esas perchas que
hay en la pared y seguirme? ¡Así me gusta! ¡Bien! ¡Todos preparados! ¡Vamos entonces! ¡Vamos allá!
—echó a trotar rápidamente a lo largo del corredor con los faldones de su frac de terciopelo color ciruela
flotando detrás, y todos los visitantes se apresuraron a seguirle.
Era un grupo bastante numeroso si uno se paraba a considerarlo. Eran nueve adultos y cinco niños,
catorce en total. Podéis imaginaron la de apretujones y empujones que hubo cuando todos echaron a
correr pasillo abajo intentando mantener la marcha de la veloz figurilla que les precedía. —¡Vamos!
—exclamó el señor Wonka—. ¡Daos prisa, por favor! ¡Jamás terminaremos en un solo día si os movéis
con tanta lentitud!
El señor Wonka estaba totalmente solo, del otro lado de los portones de la fábrica.
Llevaba en la cabeza una chistera negra. -Llevaba un frac de hermoso terciopelo color ciruela. Sus
pantalones eran verde botella. Sus guantes eran de color gris perla. Y en su mano llevaba un fino bastón
con un mango de oro.
Una pequeña y cuidada barba puntiaguda le recubría el mentón. Y sus ojos, sus ojos eran
maravillosamente brillantes. Parecían estar destellando todo el tiempo. Toda su cara, en realidad,
resplandecía con una risueña alegría.
¡Y qué inteligente parecía! ¡Qué sagaz, agudo y lleno de vida! Hacía todo el tiempo pequeños
movimientos rápidos con la cabeza, inclinándola a uno y otro lado, y observándolo todo con aquellos ojos
brillantes. Era como una ardilla por la rapidez de sus movimientos, como una astuta ardillita del parque.
De pronto, improvisó un pequeño baile saltando sobre la nieve, abrió los brazos, sonrió a los cinco niños
que se agrupaban junto a los portones y dijo en voz alta: —¡Bienvenidos, amiguitos! ¡Bienvenidos a la
fábrica!
Su voz era aguda y aflautada. —Entrad de uno en uno, por favor —dijo—, y traed a vuestros padres.
Luego enseñadme vuestros Billetes Dorados y decidme vuestros nombres. ¿Quién es el primero?
El niño gordo dio un paso adelante. —Yo soy Augustus Gloop —dijo.
—¡Augustus! —exclamó el señor Wonka, cogiéndole de la mano y estrechándosela con una fuerza
terrible—. ¡Mi querido muchacho, cuánto me alegro de verte! ¡En cantado! ¡Es un placer! ¡Estoy
contentísimo de tenerte con nosotros! ¿Y éstos son tus padres? ¡Qué bien! ¡Pasen! ¡Pasen! ¡Eso es! ¡Pasen
por aquí!
Era evidente que el señor Wonka estaba tan excitado como todos los demás.
—Mi nombre —dijo la niña siguiente— es Veruca Salt.
—¡Mi querida Veruca! ¿Cómo estás? ¡Es un gran placer! Tienes un nombre muy interesante, ¿verdad? Yo
siempre creí que una veruca era una especie de grano que sale en los dedos de las manos. Pero debo estar
equivocado, ¿verdad? ¡Qué guapa estás con ese precioso abrigo de visón! ¡Me alegro tanto de que hayas
podido venir! Dios mío, ¡va a ser un día tan emocionante! ¡Espero que lo disfrutes! ¡Estoy seguro de que
así será! ¡Sé que lo disfrutarás! ¿Tu padre? ¿Cómo está usted, señor Salt? ¿Y la señora Salt? ¡Me alegro
mucho de verles! ¡Sí, el billete está en regla! ¡Pasen, por favor!
Los dos niños siguientes, Violet Beauregarde y Mike Tevé, se adelantaron para que les examinara sus
billetes y luego para que el enérgico señor Wonka les estrechara la mano con tanta fuerza que casi les
arranca el brazo.
Y, por último, una vocecilla nerviosa murmuró: —Charlie Bucket.
—¡Charlie! —gritó el señor Wonka—. ¡Vaya, vaya, vaya! ¡De modo que tú eres Charlie! Tú eres el que
hasta ayer no encontró su billete, ¿no es eso? Sí, sí. Lo he leído todo en los periódicos de la mañana.
¡Justo a tiempo, mi querido muchacho! ¡Me alegro tanto! ¡Estoy tan contento por ti! ¿Y este señor? ¿Es tu
abuelo? ¡Encantado de conocerle, señor! ¡Maravilloso! ¡Fascinado! ¡Muy bien! ¡Excelente! ¿Han entrado
ya todos? ¿Cinco niños? ¡Sí! ¡Bien! Y ahora, ¿queréis seguirme, por favor? ¡Nuestra gira está a punto de
empezar! ¡Pero manteneos juntos! ¡No os separéis del grupo, por favor! ¡No me gustaría perder a ninguno
de vosotros a esta altura de los acontecimientos! ¡Oh, ya lo creo que no!
Charlie miró hacia atrás por encima de su hombro y vio que los grandes portones de hierro se cerraron
lentamente detrás de él. Fuera, la multitud seguía gritando y empujándose. Charlie les dedicó una última
mirada. Luego, cuando los portones se cerraron con un metálico. estruendo, toda perspectiva del mundo
exterior desapareció.
—¡Aquí estamos! —exclamó el señor Wonka, trotando a la cabeza del grupo—. ¡Por esta puerta roja, por
favor! ¡Eso es! ¡Veréis que dentro hace una temperatura muy agradable! ¡Tengo que mantener caliente la
fábrica por los obreros! ¡Mis obreros están acostumbrados a un clima muy cálido! ¡No pueden soportar el
frío! ¡Morirían si salieran con este tiempo! ¡Se quedarían congelados!
—Pero, ¿quiénes son estos obreros? —preguntó Augustus Gloop.
—¡Todo a su tiempo, mi querido muchacho! — dijo el señor Wonka, sonriéndole a Augustus—. ¡Ten
paciencia! ¡Lo verás todo a medida que vayamos avanzando! ¿Estáis todos dentro? ¡Bien! ¿Os importaría
cerrar la puerta? ¡Gracias!
Charlie Bucket se encontró de pie ante un largo corredor que se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
El corredor era tan ancho que fácilmente podía circular un automóvil. Las paredes eran de un color rosa
pálido, y la iluminación era suave y agradable.
—¡Qué bonito, y qué temperatura tan agradable! —susurró Charlie.
—Sí. ¡Y qué maravilloso aroma! —respondió el abuelo Joe, aspirando una profunda bocanada. Los más
apetitosos olores del mundo parecían mezclarse en el aire que les rodeaba: el olor de café tostado y el de
azúcar quemado y el de chocolate derretido y el de menta y el de violetas y el de puré de castañas y el de
azahar y el de caramelo y el de corteza de limón...
Y a lo lejos, en el corazón de la inmensa fábrica, se oía un ahogado rugido de energía, como si una
enorme, monstruosa máquina estuviese haciendo girar sus ruedas a toda velocidad.
—Y bien, éste, mis queridos niños —dijo el señor Wonka, elevando la voz por encima del ruido—, éste
es el corredor principal. ¿Me hacéis el favor de colgar vuestros abrigos y sombreros en esas perchas que
hay en la pared y seguirme? ¡Así me gusta! ¡Bien! ¡Todos preparados! ¡Vamos entonces! ¡Vamos allá!
—echó a trotar rápidamente a lo largo del corredor con los faldones de su frac de terciopelo color ciruela
flotando detrás, y todos los visitantes se apresuraron a seguirle.
Era un grupo bastante numeroso si uno se paraba a considerarlo. Eran nueve adultos y cinco niños,
catorce en total. Podéis imaginaron la de apretujones y empujones que hubo cuando todos echaron a
correr pasillo abajo intentando mantener la marcha de la veloz figurilla que les precedía. —¡Vamos!
—exclamó el señor Wonka—. ¡Daos prisa, por favor! ¡Jamás terminaremos en un solo día si os movéis
con tanta lentitud!

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