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Capítulo 12

Charlie entró corriendo por la puerta delantera, gritando:—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá!
La señora Bucket estaba en la habitación de los abuelos, sirviéndoles la sopa de la cena.
—¡Mamá! —gritó Charlie, entrando como una tromba— ¡Mira! ¡Lo tengo! ¡Mira, mamá, mira! ¡El
último Billete Dorado! ¡Es mío! ¡Encontré una moneda en la calle y compré dos chocolatinas y la segunda
tenía el Billete Dorado y había montones de gente a mi alrededor que querían verlo y el tendero me
rescató y he venido corriendo a casa y aquí estoy! ¡ES EL QUINTO BILLETE DORADO, MAMA, Y
YO LO HE ENCONTRADO!
La señora Bucket se quedó muda, mirándole, y los cuatro abuelos, que estaban sentados en la cama
balanceando sendos cuencos de sopa sobre sus rodillas, dejaron caer de golpe sus cucharas y se quedaron
inmóviles contra las almohadas.
Durante diez segundos aproximadamente reinó un absoluto silencio en la habitación. Nadie se atrevía a
moverse o a hablar. Fue un momento mágico.
Entonces, muy suavemente, el abuelo Joe dijo: —Nos estás gastando una broma, Charlie, ¿verdad? ¿Te
estás burlando de nosotros?
—¡No! —gritó Charlie, corriendo hacia la cama y enseñándole el hermoso Billete Dorado para que lo
viese.
El abuelo Joe se inclinó hacia adelante y lo miró atentamente, tocando casi el billete con la nariz. Los
otros le miraban, esperando el veredicto.
Entonces, muy lentamente, mientras una lenta y maravillosa sonrisa se extendía por su cara, el abuelo Joe
levantó la cabeza y miró directamente a Charlie. El color se le había subido a las mejillas, y tenía los ojos
muy abiertos, brillantes de alegría, y en el centro de cada ojo, en el mismísimo centro, en la negra pupila,
danzaba lentamente una pequeña chispa de fogoso entusiasmo. Entonces el anciano tomó aliento y de
pronto, sin previo aviso, una explosión pareció tener lugar en su interior. Arrojó sus brazos al aire y gritó:
—¡Yiiipiiiii! Y al mismo tiempo, su largo cuerpo huesudo se alzó de la cama y su cuenco de sopa salió
volando en dirección a la cara de la abuela Josephine, y en un fantástico brinco, este anciano señor de
noventa y seis años y medio, que no había salido de la cama durante los últimos veinte años, saltó al suelo
y empezó a bailar en pijama una danza de victoria.
—¡Yiiipiiii! —gritó—. ¡Tres vivas para Charlie! ¡Hurrah!
En ese momento, la puerta se abrió, y el señor Bucket entró en la habitación. Tenía frío y estaba cansado,
y se le notaba. Llevaba todo el día limpiando la nieve de las calles.
—¡Caramba! —gritó—. ¿Qué sucede aquí?
No les llevó mucho tiempo contarle lo que había ocurrido.
—¡No puedo creerlo! —dijo el señor Bucket—. ¡No es posible!
—¡Enséñale el billete, Charlie! —gritó el abuelo Joe, que aún seguía bailando por la habitación como un
derviche con su pijama a rayas—. ¡Enséñale a tu padre el quinto y último Billete Dorado del mundo!
—Déjame ver, Charlie —dijo el señor Bucket, desplomándose en una silla y extendiendo la mano.
Charlie se acercó con el precioso documento.
Era muy hermoso este Billete Dorado; había sido hecho, o así lo parecía, de una hoja de oro puro
trabajada hasta conseguir la finura del papel. En una de sus caras, impresa en letras negras con un curioso
método, estaba la invitación del señor Wonka.
—Léela en voz alta —dijo el abuelo Joe, volviéndose a meter por fin en la cama—. Oigamos exactamente
lo que dice.
El señor Bucket acercó a sus ojos el precioso Billete Dorado. Sus manos temblaban ligeramente, y parecía
estar muy emocionado. Tomó aliento varias veces. Luego se aclaró la garganta y dijo:—Muy bien, lo
leeré. Allá va:
«¡Cordiales saludos para ti, el afortunado descubridor de este Billete Dorado, de parte del señor Willy
Wonka! ¡Estrecho efusivamente tu mano! ¡Te esperan cosas espléndidas! ¡Sorpresas maravillosas! De
momento, te invito a venir a mi fábrica y a ser mi huésped durante un día entero —tú y todos los demás
que tengan la suerte de encontrar mis billetes dorados—. Yo, Willy Wonka, te conduciré en persona
por mi fábrica, enseñándote todo lo que haya que ver, y luego, cuando llegue la hora de partir, serás
escoltado hasta tu casa por una procesión de grandes camiones. Puedo prometerte que estos camiones
estarán cargados de deliciosos comestibles que os durarán a ti y a tu familia muchos años. Si, en algún
momento, se te acabasen las provisiones, lo único que tienes que hacer es volver a mi fábrica y enseñar
este Billete Dorado, y yo estaré encantado de volver a llenar tu despensa con todo lo que te apetezca. De
este modo, podrás tener la despensa llena de sabrosas golosinas durante el resto de tu vida. Pero esto
no es, de ningún modo, lo más emocionante que ocurrirá el día de tu visita. Estoy preparando otras
sorpresas que serán aún más maravillosas y fantásticas para ti y para todos mis queridos poseedores de
Billetes Dorados —sorpresas místicas y maravillosas que te extasiarán, te encantarán, te intrigarán, te
asombrarán y te maravillarán más allá de lo imaginable—. ¡Ni siquiera en tus más fantásticos sueños
podrías jamás imaginar que te ocurrirían tales cosas! ¡Espera y verás! Y ahora, aquí están tus
instrucciones: el día que he seleccionado para la visita es el primer día del mes de febrero. En este día,
y ningún otro, deberás presentarte a las puertas de la fábrica a las diez de la mañana. ¡No llegues
tarde! Y puedes traer contigo a uno o a dos miembros de tu familia para que cuiden de ti y se aseguren
de que no hagas ninguna travesura. Una cosa más, asegúrate de llevar contigo este billete, de lo
contrario, no serás admitido. (Firmado) WILLY WONKA.»
—¡El primer día de febrero! —exclamó la señora Bucket—. ¡Pero eso es mañana! ¡Hoy es el último día
de enero, lo sé!
—¡Caramba! —dijo el señor Bucket—. Creo que tienes razón.
—¡Llegas justo a tiempo! —gritó el abuelo Joe— . No hay momento que perder. ¡Debes empezar a
prepararte ahora mismo! ¡Lávate la cara, péinate, lávate las manos, cepíllate los dientes, suénate la nariz,
córtate las uñas, límpiate los zapatos, plánchate la camisa, y, en nombre del Cielo, límpiate el barro de los
pantalones! ¡Debes prepararte, muchacho! ¡Debes prepararte para el día más grande de tu vida!
—Bueno, no te excites demasiado, abuelo —dijo la señora Bucket—. Y no pongas nervioso al pequeño
Charlie. Todos debemos intentar mantener la calma. Y ahora, lo primero que tenemos que decidir es esto:
¿quién acompañará a Charlie a la fábrica?
—¡Yo lo haré! —gritó el abuelo Joe, saltando otra vez de la cama—. ¡Yo le llevaré! ¡Yo cuidaré de él!
¡Déjalo en mis manos!
La señora Bucket sonrió al anciano, y luego se volvió a su marido y dijo:—¿Y tú, querido? ¿No crees que
tú deberías ir?
—Bueno... —dijo el señor Bucket, haciendo una pausa para meditarlo—. No... No estoy tan seguro de
ello.
—Pero debes hacerlo.
—No se trata de un deber, cariño —dijo suavemente el señor Bucket—. Claro que me encantaría ir. Será
muy emocionante. Pero por otra parte... Creo que la persona que realmente merece acompañar a Charlie
es el abuelo Joe. Parece saber mucho más sobre el asunto que nosotros. Siempre, por supuesto, que se
sienta lo bastante bien como para...
—¡Yiiipiii! —gritó el abuelo Joe, cogiendo a Charlie de las manos y bailando con él por la habitación.
—Lo cierto es que parece sentirse muy bien — dijo riendo la señora Bucket—. Sí..., quizá tengas razón.
Quizá el abuelo Joe sea la persona más indicada para acompañarle. Está claro que yo no puedo ir con él
dejando a los otros abuelos solos en la cama durante todo el día.
—¡Aleluya! —gritó el abuelo Joe—. ¡Bendito sea el Señor!
En ese momento se oyeron fuertes golpes en la puerta de la calle. El señor Bucket fue a abrir, y en un
segundo, oleadas de periodistas y fotógrafos invadieron la casa. Habían averiguado dónde vivía el
descubridor del quinto Billete Dorado, y ahora todos querían obtener la historia completa para las
primeras páginas de los periódicos matutinos. Durante varias horas reinó un total caos en la pequeña
casita, y hasta casi medianoche la señora Bucket no pudo librarse de ellos para que Charlie se fuese a la
cama.

Fin del capítulo

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