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Capítulo 28

—¿Qué sala veremos a continuación —dijo el señor Wonka, volviéndose y corriendo hacia el ascensor—.
¡Vamos! ¡De prisa! ¡Debernos seguir! ¿Y cuántos niños quedan ahora?
El pequeño Charlie miró al abuelo Joe, y el abuelo Joe miró al pequeño Charlie —Pero, señor Wonka
—dijo el abuelo Joe—. Ahora... Ahora sólo queda Charlie. El señor Wonka se volvió y miró fijamente a
Charlie.
Hubo un silencio. Charlie se quedó donde estaba, sujetando firmemente la mano del abuelo Joe.
—¿Quiere usted decir que sólo queda uno? — dijo el señor Wonka, fingiéndose sorprendido. —Pues sí
—dijo Charlie—. Sí.
De golpe, el señor Wonka estalló de entusiasmo. «¡Pero, mi querido muchacho», gritó, «eso significa que
has ganado tú!». Salió corriendo del ascensor y empezó a estrechar la mano de Charlie tan enérgicamente
que casi se la arranca. «¡Oh, te felicito!», gritó. «¡Te felicito de todo corazón! ¡Esto es magnífico! ¡Ahora
empieza realmente la diversión! ¡Pero no debemos demorarnos! ¡No debemos demorarnos! ¡Ahora hay
aun menos tiempo que perder que antes! ¡Tenemos un gran número de cosas que hacer antes de que acabe
el día! ¡Piensa en las disposiciones que debemos tomar! ¡Y en la gente que debemos ir a buscar! ¡Pero
afortunadamente para nosotros tenemos el gran ascensor de cristal para apresurar las cosas! ¡Sube, mí
querido Charlie, sube! ¡Usted también, abuelo Joe, señor! ¡No, no, después de usted! ¡Eso es! ¡Muy bien!
¡Esta vez yo escogeré el botón que debemos apretar!»
Los brillantes ojos azules del señor Wonka se detuvieron por un momento en la cara del pequeño Charlie.
Alguna locura va a ocurrir ahora, pensó Charlie. Pero no sintió miedo. Ni siquiera estaba nervioso. Sólo
tremendamente excitado. Y lo mismo le ocurría al abuelo Joe. La cara del anciano brillaba de entusiasmo
a medida que observaba cada uno de los movimientos del señor Wonka. El señor Wonka estaba
intentando alcanzar un botón que había en el techo de cristal del ascensor. Charlie y el abuelo Joe
estiraron la cabeza para ver lo que decía en el pequeño cartelito junto al botón.
Decía... ARRIBA Y FUERA.
—Arriba y fuera—pensó Charlie—. ¿Qué clase de habitación es esa? El señor Wonka apretó el botón.
Las puertas de cristal se cerraron. —¡Sosténganse! —gritó el señor Wonka.
Entonces ¡WHAM! El ascensor salió despedido hacia arriba como un cohete. —¡Yiiipiii! —gritó el
abuelo Joe. Charlie estaba aferrado a las piernas del abuelo Joe, y el señor Wonka se había cogido a una
de las agarraderas que colgaban del techo, y siguieron subiendo arriba, arriba, arriba, en una sola
dirección esta vez, sin curvas ni recodos, y Charlie podía oír fuera el silbido del viento a medida que el
ascensor aumentaba su velocidad. —¡Yiipii! —gritó otra vez el abuelo Joe— . ¡Yiipii! ¡Allá vamos!
—¡Más de prisa! —gritó el señor Wonka, golpeando con la mano la pared del ascensor—. ¡Más de prisa!
¡Más de prisa! ¡Si no vamos más de prisa que esto, jamás lo atravesaremos! —¿Atravesar qué? —gritó el
abuelo Joe—. ¿Qué es lo que tenemos que atravesar?
—¡Ajá! —gritó el señor Wonka—. ¡Espere y verá! ¡Llevo años deseando apretar este botón! ¡Pero nunca
lo he hecho hasta ahora! ¡Muchas veces he estado tentado! ¡Sí, ya lo creo que sí! ¡Pero no podía soportar
la idea de hacer un agujero en el techo de la fábrica! ¡Allá vamos muchachos! ¡Arriba y fuera!
—Pero no querrá decir... —gritó el abuelo Joe—, no querrá usted decir que este ascensor... —¡Ya lo creo
que sí! —contestó el señor Wonka— . ¡Espere y verá! ¡Arriba y fuera! —Pero... pero... pero... ¡Esta hecho
de cristal! – gritó el abuelo Joe—. ¡Se romperá en mil pedazos! —Supongo que podría suceder —dijo el
señor Wonka, tan alegre como siempre—, pero de todas maneras el cristal es bastante grueso.
El ascensor siguió adelante, hacia arriba, siempre hacia arriba, cada vez más de prisa... Y de pronto...
iCRASH!, se oyó un tremendo ruido de madera astillada y de tejas rotas directamente encima de sus
cabezas, y el abuelo Joe gritó: —¡Socorro! ¡Es el fin! ¡Nos mataremos!, Y el señor Wonka dijo: —¡Nada
de eso! ¡Hemos pasado! ¡Ya estamos fuera! Y era verdad. El ascensor había salido despedido por el techo
de la fábrica y se elevaba ahora por el cielo como un cohete, y el sol entraba a raudales a través del techo
de cristal. Al cabo de cinco segundos había subido unos veinticinco metros.
—¡El ascensor se ha vuelto loco! —gritó el abuelo Joe. —No tenga miedo, mi querido señor
—dijo tranquilamente el señor Wonka, y apretó otro botón. El ascensor se detuvo. Se detuvo v se quedó
en el aire, sobrevolando como un helicóptero, sobrevolando la fábrica y la ciudad misma que yacía
extendida a sus pies como una tarjeta postal. Mirando hacia abajo a través del suelo de cristal que estaba
pisando, Charlie podía ver las pequeñas casitas lejanas y las calles y la nieve que lo cubría todo. Era una
sensación extraña y sobrecogedora la de estar de pie sobre un cristal transparente a tamaña altura. Uno se
sentía como si flotase en el vacío.
—¿Estamos bien? —gritó el abuelo Joe—. ¿Cómo se mantiene esto en el aire? —¡Energía de caramelo!
—dijo el señor Wonka—. ¡Un millón de caballos de energía de caramelo! ¡Miren! —gritó, señalando
hacia abajo—. ¡Allá van los otros niños! ¡Se vuelven a sus casas!

Fin del capítulo

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