Capítulo 3: El reflejo del abismo (Prólogo)

En los salones majestuosos y envueltos en sombras de la imponente mansión Evershade,

Aiden se encontraba prisionero en una telaraña de engaños y desilusiones, una marioneta en las manos de una familia que había perdido su brillo hace mucho tiempo.

Aunque la fachada de grandeza que proyectaban los Evershade era imponente, en realidad eran como una rana en el fondo de un pozo, una presencia pálida en comparación con las dinastías nobles que reinaban en la cúspide del poder y la influencia en el Imperio Eterno.

Cada día, Aiden era testigo de las intrigas de su familia, observando cómo conspiraban y urdían planes para escalar posiciones en la jerarquía del poder.



Sin embargo, mientras los demás luchaban por ascender, él se encontraba atrapado en un limbo de indecisión y desesperanza, una voz silenciosa en medio del torbellino que lo rodeaba.

En medio de este torbellino, el sistema defectuoso, ajeno a las maquinaciones familiares, comenzaba a despertar lentamente dentro de Aiden.



En lo más recóndito de su ser, una conciencia marchita se agitaba, abriendo los ojos nobles hacia un mundo que se desvanecía en las sombras del olvido.

En un vacío que emulaba el vasto y turbulento río del tiempo y el espacio, el joven de cabellos blancos y ojos carmesí se alzaba como un solitario testigo de su propia efímera existencia.



Cada aliento resonaba con la angustia de un ser destinado a desaparecer en la oscuridad del olvido, mientras luchaba por aferrarse a la frágil chispa de su conciencia.

Para Aiden, este despertar era un enigma envuelto en misterio, una revelación que lo conducía por senderos desconocidos y peligrosos.



Pero mientras contemplaba al joven marchito en el abismo, una sensación de complicidad y compasión lo invadía, como si reconociera en él un reflejo de su propia lucha interna.

Fin del capítulo