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Capítulo 6. La Legendaria Araña.
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Capítulo 6. La Legendaria Araña.

En el bosque a las afueras del reino de Valle Roble.

Todos quedaron asombrados al ver el movimiento salvador de último momento de Mity, con el que el perro gigante desató su lado más salvaje para proteger a Leiza con un zarpazo veloz que asesinó al capitán de los soldados que buscaba ultimarla. El perro permaneció emitiendo un sonoro gruñido que resultaba más imponente porque todo su cuerpo quedó envuelto en un aura violeta. Para intentar tranquilizarlo, el delgado y encorvado ser sin voz que los ayudó en el combate corrió en cuclillas hacia él y puso sus brazos en alto. En medio de un ambiente tenso para todos, la acción funcionó ya que, tras unos segundos, el color violeta se disipó y Mity volvió a la calma, como el perro dócil de siempre.

El peligro había terminado. Leiza, sus mascotas y el extraño sujeto habían sobrevivido al primer intento de cacería por parte de los guardias del rey. Sin embargo, no era momento para permanecer y analizar las cosas, esa ubicación ya no era segura y debían salir de ahí de inmediato. El raquítico ser estaba consciente de ello, por lo que les ofreció su ayuda en la huida. Se despidieron del oso que luchó a su lado en el combate e iniciaron un nuevo recorrido a través de recovecos en el bosque que su guía conocía a la perfección. Después de un tiempo, consiguieron llegar a una zona callada y repleta de árboles. Ahí por fin pudieron calmarse un poco y sacar conclusiones. Leiza seguía sorprendida, no daba crédito de lo que acababa de suceder, pero ahora estaba segura de que podía contar con ese extraño ser delgado como un aliado. Lo justo era reconocerlo, el primer paso para ello le pareció lógico:

-Necesito darte un nombre… ¿Cómo puedo llamarte?

Pensó durante algo de tiempo un nombre que pudiera darle al ser de poco estética apariencia. No quiso ser irrespetuosa, así que enunció la primera onomatopeya que se le vino a la mente.

-Zaz…¿Te puedo llamar Zaz?

El ser asintió, y a partir de ese momento, Leiza, Mity, Luespo y Zaz formaban parte del mismo equipo. Fue una excelente adición que les permitiría sobrevivir a las amenazas del exterior, ya que Zaz tenía experiencia en la vida a la intemperie. No todos lograron aclimatarse con la misma facilidad a la naturaleza, Luespo sufrió demasiado el tener que abandonar su vida de gato doméstico, aunque Mity no tuvo ningún problema en adaptarse al mundo salvaje –quizá ayudado por sus experiencias vividas antes de haber conocido a Leiza–. Por su parte, los años repletos de carencias habían entrenado muy bien a Leiza para ese momento, así que fueron pocas las complicaciones que tuvo para conseguirlo. El bosque se convirtió en su nuevo hogar. No tenían otro lugar a dónde volver ni a quién pedir ayuda, eran prófugos del reino y sólo se tenían entre ellos cuatro para apoyarse. En las tardes, Zaz comenzó un arduo entrenamiento para Luespo y Mity. Ejercitaba su agilidad en circuitos que diseñó en medio del bosque, culminando la rutina con algo parecido a una sesión de meditación en donde los tres permanecían inmóviles durante horas. A Leiza le intrigaba saber qué era lo que intentaban conseguir con eso, únicamente podía imaginar lo que estaba pasando entre ellos. Pero quedaba impresionada ante la capacidad de Zaz para mantener calmados a esos inquietos animales gigantescos por tanto tiempo. Durante esos lapsos, los dos estaban convertidos en disciplinados discípulos. Tenían frente a ellos a un gran mentor.

En una ocasión, en medio de esas estáticas sesiones, la pata izquierda de Mity se encogió a su tamaño original, pero en segundos regresó a ser gigante. Zaz saltó en una especie de júbilo; el perro había obtenido el primer avance del entrenamiento para comenzar a controlar el Goan en su interior. El objetivo era que ambos aprendieran a modificar su tamaño corporal a placer, evitando desperdiciar Goan de manera innecesaria permaneciendo como gigantes todo el tiempo. Observar que eso era posible alegró a Leiza, pues su deseo era que sus amigos pronto pudieran volver a ser pequeños para así poder tenerlos entre sus brazos de nuevo.

Luespo no parecía entusiasmarse tanto con las lecciones como Mity. Su personalidad gatuna lo hacía volverse distante al final del entrenamiento e irse por su lado –aunque a veces pareciera como si empezara a tener celos del alumno más destacado de la clase–. El gato se iba junto a Leiza, a quien le permitía acariciarlo y recostarse sobre él, pero sólo durante el tiempo que él considerara adecuado. La mayor convivencia entre ambos era cuando el gato servía de escolta de Leiza por las mañanas cuando ella salía en búsqueda de frutas que sirvieran para el desayuno. No era una tarea ligera conseguir la cantidad necesaria, pues los estómagos gigantes de esos animales eran difíciles de llenar. Un día mientras estaban en esa actividad, Leiza bajaba frutas de los árboles subida encima del cuerpo de Luespo, escucharon que del otro lado muchas personas caminaban sobre la hierba. Ella se preocupó y quiso salir de inmediato, pero Luespo emitió un bufido para intentar alejarlos, con lo que sólo consiguió revelar su ubicación. Entonces salieron de entre las plantas varios ágiles hombres armados con lanzas que derribaron al gato y lo dejaron inmovilizado. Uno de ellos se dirigió hacia Leiza:

-¿Qué haces acompañada de esta bestia? Más te vale que tengas una buena razón para ello, antes de que lo matemos en este instante.

Leiza temía que fueran guardias del rey Moal. Aunque notó que era claro que aún no estaban enterados sobre el suceso de la poción robada, por lo que intentó aprovecharse de su ignorancia.

-Somos aliados del rey Moal y estamos en una misión de reconocimiento. Este gato es bueno para rastrear al objetivo y es propiedad del rey. Libérennos o se meterán en problemas.

Los hombres voltearon a verse unos a otros y entonces uno de ellos silbó fuertemente para llamar a más personas. Tras su llegada, les comentó que la mujer y el gato eran servidores del rey Moal, por lo que todos se alistaron a asesinarlos. Luespo se dio cuenta de la amenaza, pero poco podía hacer para liberarse de los hombres que lo sujetaban con fuerza de sus extremidades y oprimían contra el piso. Entendió que su vida y la de Leiza corrían peligro, así que su instinto de supervivencia le permitió emanar un aura roja de su cuerpo que le brindó fuerza adicional para deshacerse de sus captores. Se puso en posición de ataque y la batalla estaba por ocasionar un desenlace sangriento, de no ser porque un individuo con pelo canoso y una enorme cicatriz en la mejilla caminó desde atrás de los hombres armados que detenían a Leiza.

-¡No quiero bajas! Yo me encargo de él.

El hombre se aproximó sin miedo hasta plantarle cara a Luespo. Cuando el gato se le lanzó encima, lo esquivó velozmente y lo derribó con un golpe descendente. El animal tenía a un peligroso adversario que no se intimidaba ante su tamaño y poder. Ambos estaban por chocar de frente para medir fuerzas, pero Zaz apareció saltando desde un árbol para defender a sus aliados. Buscó atacar la yugular del agresor, lanzando un golpe con la mano extendida de manera horizontal, pero al hombre de cabello blancuzco le brotaron de manera súbita cuatro alargados brazos incandescentes de la espalda, con los que detuvo el ataque con facilidad. El antebrazo de Zaz que entró en contacto con las extremidades rojizas resultó quemado. Leiza quedó perpleja, sólo había un hombre capaz de tener cuatro brazos de color rojo sobre su espalda, por ello sabía que estaban metidos en un problema mayúsculo.

El agresor giró la cabeza para descubrir a quién derribó, pero en cuanto vio a Zaz en el piso, su actitud hostil cambió de repente. Los brazos desaparecieron de su espalda y liberó a Luespo. Después comunicó una instrucción a todos los demás sujetos armados:

-Ellos no trabajan para Moal. Se acabó este combate.

Caminó hacia Zaz y le ofreció su mano para levantarlo.

-Lo siento mucho. Es un honor volverte a ver.

Leiza permaneció incrédula, consciente de quién era el hombre que estaba frente a ellos.

-¡Eres…la araña Seip!. ¡Eres una leyenda! Todos hablan sobre ti en el pueblo, luchaste en la Gran Revolución.

-Sí, así solían decirme. Todos tenemos un pasado que nos persigue. Combatí en esa batalla, que de revolución no tuvo nada. Me causa un poco de vergüenza, el mundo sigue siendo el mismo de antes, amiga. –Señalando hacia los árboles- Ya puedes decirle a tu perro gigante escondido tras esas rocas que salga, no hay ningún peligro.

Leiza dio la vuelta y encontró a un Mity temeroso y alerta de la situación, lo trajo consigo y regresó con todos los demás.

-Éstas no son bestias salvajes ¿Bebieron alguna poción tus mascotas? Sincérate conmigo, no les haremos daño. Sé que no planean nada extraño porque los acompaña él – refiriéndose a Zaz.

-Un líquido cayó por el techo de mi casa. Mi gato y mi perro lo lamieron y terminaron siendo gigantes. Desde entonces no han parado de perseguirnos los guardias del rey.

-Ya veo, quieren recuperar el Goan en el interior de tus mascotas porque saben que tienen poco tiempo antes de que su organismo termine de asimilarlo… Aquí no van a estar a salvo, vengan conmigo. Necesitan ir a un lugar seguro.

Seip instruyó a los demás a regresar a su campamento, llevándose con ellos a unos nuevos invitados. Los hombres armados rodearon a Leiza y sus amigos para cuidarlos durante el trayecto.

-Los muchachos van a estar contentos de verte. –Comentó Seip a Zaz mientras subían por una superficie escarpada en una porción del bosque.

Después de varios minutos, salieron a un extenso terreno abierto con gigantescas piedras regadas por todos lados. Caminaron en esa dirección hasta que Leiza sintió cómo la tierra se sacudía. Luespo y Mity se alarmaron ante la agitación del bosque, mientras veían cómo las enormes piedras comenzaron a desplazarse autónomamente y a flotar en el aire. Unas permanecían pegadas a otras hasta formar unos cuerpos titánicos de roca. Media docena de hombres de piedra se irguieron enfrente de la comitiva y frenaron su paso.

Fin del capítulo

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