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Agujero de Conejo 038
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Agujero de Conejo 038

Había vivido toda mi vida en un Agujero de conejo, antes de mis 17 años no conocía nada del mundo exterior más que la nieve que se posaba sobre las grandes compuertas cuando los hombres llegaban. Nací una noche de abril en la sala de enfermería del octavo nivel, un lugar destinado para las mujeres y los niños de más bajo poder económico. Aún dentro de un Agujero de Conejo existían jerarquías y eso era algo que difícilmente lograba comprender. Mi madre falleció al momento de darme a luz y jamás conocí a mi padre por lo que fui criada por todos y por nadie a la vez, una chica perdida vagando día tras día por cada rincón del Agujero de Conejo intentando descubrir si el polvo acumulado en algún rincón frío y metálico de ese lugar me podría dar un poco de luz a mi existencia.

La guerra estalló hace poco más de 800 años; o al menos eso era lo que contaban los ancianos, una guerra tan larga contra un enemigo desconocido. Toda la humanidad se había aliado para poder hacer frente al enemigo y así es como surgieron los Agujeros de Conejos. Ciudades subterráneas divididas en diferentes niveles. Crecí en el Agujero de Conejo 38 en dónde contábamos con 12 niveles solamente. Entre más bajo el nivel menor era tu calidad de vida; sin embargo, decían las historias que existían agujeros que podrían tener hasta más de 100 niveles.

El tener mi dormitorio en un nivel bajo no significaba que no pudiera tener acceso a los niveles superiores, el tránsito era libre para los 27,640 habitantes del Agujero de Conejo 38, todas mujeres, niños y niñas menores a 12 años y ancianos arriba de los 75 años. Ningún hombre.

Una vez al año, en diciembre las grandes compuertas que daban al mundo exterior se abrían y las vías del tren que unían al exterior y al interior permitían a los vagones ingresar, una vez al año los hombres regresaban, con rostros de felicidad por ver a sus familias nuevamente, las mujeres y los niños celebraban, el júbilo llenaba cada rincón de nuestro hogar, era una fecha especial donde se podía sentir la esperanza, en donde el Agujero de Conejo se llenaba de víveres para un año completo y en donde nuevas vidas podrían comenzar y también de nuevos reclutas pues cada año los niños que cumplieran 12 años debían unirse al campo de batalla.

Los hombres se quedaban solamente 15 días, aquellos hombres que tuvieran mayor rango en el ejército entonces podían tener a sus familias viviendo en un mejor espacio en los primeros niveles. Sin embargo, en mi caso nunca fue así, nadie me sabía decir con exactitud, pero mi padre nunca volvió, nunca me buscó y me convertí en huérfana, compartiendo cuarto con otras 45 personas en el doceavo nivel, trabajando en el área de comida y vagando durante horas; buscando, aunque sea un pequeño rincón que me permitiera salir de ese horrible Agujero de Conejo.

Esta era mi vida hasta aquel diciembre que con 12 años lo vi. Como cada año me subí a unos contenedores y me acosté boca abajo para ver a lo lejos los vagones entrar al refugio y poder ver desde este lugar a las grandes compuertas abrirse y dejar entrar un poco de esa hermosa nieve. Como siempre cada vagón venía lleno de hombres de todas las edades, todos los tamaños que se apresuraban a bajar mientras todos gritaban al unísono.

¡La victoria está cerca! ¡La victoria está cerca!

Para luego apresurarse y abrazar y besar a sus seres queridos, aquellos solteros se apresuraban al área de comida o al área de placer. Solamente veía de lejos aquella escena que simplemente me parecía tan extraña.

– En verdad... después de 800 años. ¿La victoria está cerca? –

Finalmente, ese día cuando ya todos los hombres habían bajado y estaban cerrando las compuertas, bajó una última persona. Un chico de aproximadamente 15 años. El no gritaba, no se apresuró a correr ni volver a ningún lado. Simplemente se quedó parado junto al vagón del tren observando a la multitud. Llevaba unos googles muy curiosos descansando en su cabeza, una chamarra café y estaba cubierto por una delgada capa de nieve. A diferencia de todos los demás él no parecía tan... alegre.

Debo admitir que en ese instante; y tal vez haya sido por mi eterno aburrimiento, me obsesioné con él. Durante los próximos 15 días lo seguí a todos lados, lo veía comer a lo lejos, lo veía afilar cuchillos que llevaba por debajo de la chamarra durante horas y lo veía ir frecuentemente al depósito de libros, leía constantemente. Jamás lo vi con otra persona.

"¿Será igual que yo? ¿Tendrá a alguien en su vida? Y... ¿Si le hablo?"

Cientos de preguntas pasaban por mi mente, mis días comenzaban viéndolo desayunar y terminaban viéndolo entrar a uno de los cuartos de vivienda comunitaria con muchas literas igual que la mía.

A mis 12 años no comprendía el tema del amor, no sabía sobre felicidad o tristeza, ni mucho menos sobre la obsesión, así que él era lo mejor que me había pasado en ese momento; aunque durante ese año jamás tuve el valor para hablarle. Después de 15 días los vagones regresaron al mundo exterior, las compuertas se cerraron y todo volvió a la normalidad. Durante el próximo año mi mente vagó no solo por el Agujero de Conejo 038 si no también por mi infinita imaginación, me imaginaba hablando con él. Creía conocerlo tan bien. ¿Por qué nunca lo había visto antes? Visitaba frecuentemente el depósito de libros pidiendo a la encargada que me prestara los mismos libros que él había leído y así devorarlos una y otra vez. Cada mes durante el próximo año leía cada uno de ellos hasta que pude memorizarlos casi a la perfección.

No puedo mentir, el tiempo pasó muy despacio pero finalmente llegó el invierno en donde tenía 13 años y las compuertas se abrieron de nuevo, muchos hombres, mismos gritos y promesas de victoria y también... el. Mismo rostro apagado, misma actitud misteriosa, diferente chamarra. No podía ocultar mi felicidad estando arriba de esos contenedores viéndolo de lejos. ¿Esto era amor cierto? ¡Igual que en los libros! Pensaba...

Había imaginado miles de veces como sería mi interacción con él, incluso me arreglé el cabello igual que todas esas mujeres que esperan con ansias volver a procrear con sus maridos y me armé de coraje. Esperé pacientemente detrás de unos contenedores cerca del pasillo que llevaba a los salones interiores y finalmente logré hablarle.

– Hola...–

Me volteó a ver extrañado si era a él a quien me dirigía, su mirada era fría, distante. Se había vuelto más alto desde la última vez que lo había visto.

– Bien... bienvenido a casa. –

Eso era lo que todas las mujeres decían... creía que eso era lo que debía decir.

– ¿Quién eres tú? –

– Me llamo Hana... ¿Y tú? –

– ¿Qué quieres de mi Hana? –

– No... yo solamente... –

– Dime algo. –

De pronto él se acercó a mí, tan cerca que podía notar los detalles en su rostro, sus ojos cafés claro, su ligero vello facial en la barbilla y una pequeña cicatriz cerca de su oreja derecha.

– ¿No te cansas de vivir dentro de este Estúpido Agujero? ¿Nunca has pensado en largarte de aquí? –

Mi cuerpo sintió un escalofrío completo con su pregunta, me dejó pasmada por completo.

– ¡Nada de esto debería de existir! –

Gruñendo esta última frase entre dientes el chico se alejó de mí y continuó su camino hacia el interior de los salones. Mientras que mi pequeño cuerpo de tan solo 13 años no lograba entender cuál de los miles de interacciones que había practicado era esta. Pues esa fue la primera y última vez que interactuamos durante ese año.

Fin del capítulo

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