Había una vez un pequeño patito llamado Ducky. Vivía en un estanque de cristal rodeado de nenúfares y juncos. Pero Ducky no era un patito común y corriente. Tenía un sueño: convertirse en un mago. Ducky pasaba sus días observando las estrellas reflejadas en el agua. Soñaba con aventuras mágicas, hechizos y encantamientos. Un día, mientras chapoteaba cerca de la orilla, encontró una varita flotando. La varita tenía una punta dorada y estaba cubierta de polvo de estrellas. Ducky la agarró con su pico y sintió una extraña energía recorrer su cuerpo. “¿Será esta mi oportunidad?”, pensó Ducky. Decidió emprender un viaje. Siguió el camino de las luciérnagas, cruzando bosques encantados y ríos de arcoíris. En cada paso, aprendía nuevos hechizos y encantamientos. Se convirtió en un patito con sombrero puntiagudo y una capa azul. En su camino, Ducky se encontró con criaturas mágicas. Un gnomo risueño le enseñó a hacer trucos con su varita. Un unicornio alado le mostró cómo volar entre las estrellas. Y un dragón sabio le advirtió sobre los peligros ocultos. Pero Ducky no buscaba solo la magia. Buscaba algo más profundo: la felicidad. ¿Qué era la felicidad? ¿Era vivir bien? ¿Obrar bien? Ducky no estaba seguro, pero seguía su camino con determinación. Finalmente, después de muchas aventuras, Ducky llegó al Reino de la Felicidad. Allí, encontró un castillo de nubes y arcoíris. El Gran Mago le dio la bienvenida y le dijo: “Ducky, tu verdadera magia está en tu corazón”. Ducky se dio cuenta de que la verdadera magia no estaba en los hechizos ni en la varita, sino en la amistad, la compasión y la alegría. Se convirtió en el Patito Mago más feliz y ayudó a otros a encontrar su felicidad. Y así, en el Reino de la Felicidad, Ducky aprendió que a veces, lo que buscamos ya está dentro de nosotros. 🌟🦆✨