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Capítulo 20

—Estoy seguro —dijo el señor Wonka, dirigiéndose al abuelo George, a la abuela
Georgina y a la abuela Josephine—, estoy seguro de que los tres, después de lo que
han pasado, querrán salir de la cama y ayudarnos a dirigir la Fábrica de Chocolate.
—¿Quiénes, nosotros? —dijo la abuela Josephine.
—Sí, ustedes —dijo el señor Wonka.
—¿Está usted loco? —dijo la abuela Georgina—. ¡Yo pienso quedarme donde
estoy, en esta cómoda cama, muchas gracias!
—¡Yo también! —dijo el abuelo George.
En ese momento se produjo una súbita conmoción entre los Oompa-Loompas al
otro extremo de la Sala de Chocolate. Se oyó un excitado rumor, y algunos OompaLoompas empezaron a correr y a agitar los brazos. De entre ellos surgió un OompaLoompa que se acercó corriendo al señor Wonka, llevando un enorme sobre en las
manos. Cuando estuvo junto a él, le dijo algo en voz muy baja. El señor Wonka se
agachó para escuchar.
—¿A las puertas de la fábrica? —gritó el señor Wonka—. ¡Hombres! ¿Qué clase
de hombres?... Sí, pero ¿parecen peligrosos? ¿ACTÚAN amenazadoramente?... ¿Y
un que?... ¡UN HELICÓPTERO!... ¿Y estos hombres vinieron en él?... ¿Te dieron
esto?
El señor Wonka cogió el enorme sobre, lo abrió rápidamente y sacó la carta
doblada que llevaba dentro. Se hizo un silencio absoluto mientras leía rápidamente
lo que decía la carta. Nadie se movió. Charlie empezó a sentir frío. Sabía que algo
terrible estaba a punto de ocurrir. Había una definitiva sensación de peligro en el
aire. Los hombres a las puertas de la fábrica, el helicóptero, el nerviosismo de los
Oompa-Loompas... Charlie observaba la cara del señor Wonka, buscando un indicio,
algún cambio en su expresión que le indicase hasta qué punto eran malas las
noticias.
—¡Por las barbas de Mustafá! —gritó el señor Wonka, dando un salto tan alto
que cuando aterrizó las piernas le fallaron y se estrelló sobre su trasero—. ¡Por los
bigotes de Nabucodonosor! —gritó, levantándose y agitando la carta como si
estuviera matando mosquitos—. Escuchen esto. ¡Escuchen esto!
Y empezó a leer en voz alta:
LA CASA BLANCA WASHINGTON, D.C.
AL SR. WILLY WONKA
SEÑOR:
HOY, EL PAÍS ENTERO, O MEJOR DICHO, EL MUNDO ENTERO, CELEBRA EL
RETORNO DEL ESPACIO DE NUESTRA CAPSULA CONMUTADORA CON 136
PERSONAS A BORDO. DE NO HABER SIDO POR LA AYUDA QUE RECIBIERON DE
UNA NAVE ESPACIAL DESCONOCIDA, ESTAS 136 PERSONAS NO HUBIERAN
PODIDO VOLVER. SE ME HA INFORMADO QUE EL VALOR DEMOSTRADO POR LOS
OCHO ASTRONAUTAS A BORDO DE LA NAVE FUE EXTRAORDINARIO. NUESTRAS
ESTACIONES DE RADAR, QUE SIGUIERON A ESTA NAVE ESPACIAL EN SU
RETORNO A LA TIERRA, DESCUBRIERON QUE ATERRIZO EN UN LUGAR CONOCIDO
COMO LA FABRICA DE CHOCOLATE DEL SEÑOR WONKA. ES POR ESO, SEÑOR, QUE
LE HAGO ENTREGA DE ESTA CARTA.
QUISIERA MANIFESTARLE LA GRATITUD DE LA NACIÓN INVITANDO A ESOS
OCHO ASTRONAUTAS INCREÍBLEMENTE VALIENTES A VISITAR LA CASA BLANCA Y
PERMANECER EN ELLA UNOS DÍAS COMO MIS HONORABLES HUESPEDES. ESTA
NOCHE CELEBRARE UNA FIESTA EN LA SALA AZUL, DURANTE LA CUAL YO MISMO
IMPONDRÉ MEDALLAS AL VALOR A LOS OCHO INTRÉPIDOS PILOTOS. LAS
PERSONALIDADES MAS IMPORTANTES DEL PAÍS ESTARAN PRESENTES EN ESTA
REUNIÓN PARA SALUDAR A LOS HÉROES CUYAS ASOMBROSAS HAZAÑAS
QUEDARAN INSCRITAS PARA SIEMPRE EN LA HISTORIA DE LA NACIÓN. ENTRE
LOS ASISTENTES SE ENCONTRARAN LA VICEPRESIDENTA, SEÑORITA ELVIRA
TIBES; TODOS LOS MIEMBROS DE MI GABINETE, LOS COMANDANTES EN JEFE DEL
EJERCITO, LA MARINA Y LAS FUERZAS AEREAS, TODOS LOS MIEMBROS DEL
CONGRESO, UN FAMOSO TRAGADOR DE ESPADAS DE AFGANISTÁN QUE ME ESTA
ENSEÑANDO A TRAGARME MIL PALABRAS (CON UN POCO DE SALSA DE TOMATE
NO SABEN TAN MAL). ¿Y QUIEN MAS VA A VENIR? AH, SI, MI JEFE DE
INTERPRETES, LOS GOBERNADORES DE TODOS LOS ESTADOS DE LA UNION Y,
POR SUPUESTO, MI GATA, LA SRA. TAUBSY-PUSS.
UN HELICÓPTERO LES ESPERA FUERA A TODOS USTEDES. Y YO MISMO
AGUARDO SU LLEGADA A LA CASA BLANCA CON EL MAYOR PLACER E
IMPACIENCIA. QUEDA SUYO ATENTAMENTE,
LANCELOT R. GILLIGRASS Presidente de los Estados Unidos
P.S. POR FAVOR, ¿PODRÍA TRAERME UNAS CUANTAS CHOCOLATINAS WONKA?
ME ENCANTAN, Y TODO EL MUNDO ME LAS ROBA CONSTANTEMENTE DEL CAJÓN
DE MI ESCRITORIO. Y NO SE LO DIGA A NANNY.
El señor Wonka dejó de leer. Y en el silencio que siguió, Charlie podía oír la
respiración de los que le rodeaban. Respiraban agitadamente, mucho más de prisa
de lo normal. Y había otras cosas, también. Había tantos sentimientos y pasiones y
tanta felicidad vibrando en el aire que la cabeza de Charlie empezó a dar vueltas. El
abuelo Joe fue el primero en decir algo...
—¡Yiiiipiiíi! —gritó, y corrió- a través de la habitación, cogió a Charlie de las
manos y los dos empezaron a bailar a la orilla del río de chocolate.
—¡Iremos, Charlie! —cantaba el abuelo Joe—. ¡Iremos a la Casa Blanca después
de todo!
El señor y la señora Bucket también estaban riendo, bailando y cantando, y el
señor Wonka corría por toda la sala enseñando orgullosamente la carta a los
Oompa-Loompas. Al cabo de un momento, el señor Wonka dio unas palmadas para
llamar la atención.
—¡Vamos, vamos! —dijo—. ¡No debemos demorarnos! Vamos, Charlie. ¡Y usted,
abuelo Joe! ¡Y ustedes, señor y señora Bucket! ¡El helicóptero está en la puerta!
¡No podemos hacerle esperar!
Y empezó a empujar a los cuatro hacia la puerta.
—¡Eh! —gritó la abuela Georgina desde la cama—. ¿Y nosotros? ¡A nosotros
también nos invitaron, no lo olvide!
—¡Decía que los ocho estábamos invitados! —gritó la abuela Josephine.
—¡Y eso me incluye a mí! —dijo el abuelo George.
El señor Wonka se volvió para mirarlos.
—Por supuesto que les incluye —dijo—. Pero no podemos meter esa cama en el
helicóptero. No entraría por la puerta.
—¿Quiere usted decir..., quiere usted decir que si no nos levantamos de la cama
no podemos ir? —dijo la abuela Georgina.
—Eso es exactamente lo que quiero decir —dijo el señor Wonka—. Sigue
caminando, Charlie —susurró, dando a Charlie un pequeño empujón—. Sigue
caminando hacia la puerta.
De pronto, detrás de ellos, se oyó un fru-fru de mantas y sábanas y un crujir de
muelles y los tres ancianos saltaron de la cama como una explosión. Salieron
corriendo detrás del señor Wonka, gritando:
—¡Espérenos! ¡Espérenos!
Era asombroso ver cómo corrían por la gran Sala de Chocolate. El señor Wonka,
Charlie y los demás se quedaron mirándoles maravillados. Saltaban a través de los
senderos y por encima de los arbustos como gacelas en primavera, con las piernas
desnudas al aire y los camisones volando tras ellos.
De pronto, la abuela Josephine frenó tan de golpe que se deslizó a lo largo de
cinco yardas antes de detenerse.
—¡Esperen! —gritó—. ¡Debemos estar locos! ¡No podemos ir a una fiesta de la
Casa Blanca en camisón! ¡No podemos presentarnos prácticamente desnudos ante
toda esa gente mientras el presidente nos entrega las medallas!
—¡Ohhhh! —gimió la abuela Georgina—. Oh, ¿qué vamos a hacer?
—¿No tienen ninguna ropa que ponerse? —preguntó el señor Wonka.
—¡Claro que no! —dijo la abuela Josephine—. ¡No hemos salido de esa cama en
veinte años!
—¡No podemos ir! —lloriqueó la abuela Georgina—. ¡Tendremos que quedarnos!
—¿No podríamos comprar algo en alguna tienda? —dijo el abuelo George.
—¿Con qué? —dijo la abuela Josephine—. ¡No tenemos dinero!
—¡Dinero! —gritó el señor Wonka—. ¡Por favor, no se preocupen por eso! ¡Yo
tengo muchísimo dinero!
—Escuchad —dijo Charlie—. ¿Por qué no le pedimos al piloto del helicóptero que
aterrice en el techo de unos grandes almacenes por el camino? ¡Podréis bajar y
comprar exactamente lo que queráis!
—¡Charlie! —gritó el señor Wonka, cogiéndole de la mano—. ¿Qué haríamos sin
ti? ¡Eres listísi mo! ¡Adelante, todo el mundo! ¡Nos vamos a la Casa Blanca!
Se cogieron todos del brazo y salieron bailando de la Sala de Chocolate, a lo
largo de los corredores hasta la puerta principal, y salieron fuera, donde el gran
helicóptero les esperaba cerca de la entrada de la fábrica. Un grupo de señores de
aspecto muy importante se les acercó y se inclinó ante ellos.
—Bueno, Charlie —dijo el abuelo Joe—, ha sido un día muy movido.
—Aún no ha terminado —dijo Charlie, riendo—. Ni siquiera ha empezado todavía.

Fin del capítulo

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